sábado, 17 de octubre de 2020

Horror por el tiempo: Juan Gabriel y María Zambrano

 

Mario Amengual

De inmediato, lo sé, el título que encabeza esta página apresurará juicios negativos o un rápido e indiscutible rechazo: parecerá caprichoso, traído por los cabellos, tenido por dislate para llamar la atención, mero tremendismo bajo la sospecha de intenciones comerciales… ¿Acaso no es burla e irrespeto juntar el nombre de la filósofa al del cantante (para muchos frívolo y egocéntrico) enaltecido en las rocolas y en emisoras de radio populacheras? ¿No puede deparar la falta de oficio o de mejores propósitos una verdadera y provechosa razón para escribir? Y como si estuviera ante un público ofendido, cuya inteligencia se siente agraviada, digo que tal asociación de nombres me vino por sí sola sin que yo estuviese buscando alguna honrosa manera de llenar unas páginas en blanco, aunque sólo fuese para burlar el aburrimiento. 

Entonces, voy de una vez a mi cuento.


 

Hace pocos meses, un sábado por la tarde, sentado en la sala de mi apartamento, oyendo música variada, tratando de pensar con tranquilidad sobre lo que ha pasado en Venezuela en los últimos años, recordé que entre mis libros hay uno que había leído con mucho entusiasmo porque me deparó unas cuantas claridades: Persona y democracia, de María Zambrano. Lo busqué y después de sacudirle el polvo que delataba el mucho tiempo sin abrirlo, lo hojeé  sin orden y sin atenerme al índice: frases o párrafos o páginas completas, destacadas con diferentes marcadores y bolígrafos, me refrescaron la agudeza y la pertinencia de algunas ideas de María Zambrano respecto a lo que sobre Venezuela yo trataba de elucidar:

Pues lo que sucede es que la palabra pueblo tiene dos significaciones. Una, la que designa aquella realidad social que hemos procurado describir o al menos señalar, que es distinta de la minoría, se llame aristocracia o clase dominante, está integrada de una forma o de otra. El pueblo como la realidad humana anónima que padece más que hace la historia, que interviene sólo en los momentos extraordinarios, esa especie de “éxtasis históricos” que luego resultar ser paradójicamente los momentos más históricos.

El otro sentido de la palabra “pueblo” es el que se refiere a la totalidad, el que incluye a todos los miembros de una sociedad determinada.

Y ese es el supuesto de la democracia: que toda la sociedad sea pueblo.[1]

Y como andaba de memoria fresca aquel día, recordé que alguna vez había publicado un artículo en el diario El Siglo, titulado “Mentiras sobre el pueblo”[2], y no niego que me sorprendieron y me agradaron ciertas coincidencias y afinidades de mis líneas con las de María Zambrano, sin que para entonces yo hubiese leído su libro y, por tanto, mediara su buena influencia. Me permito citarme:

Una de las abstracciones más traídas y llevadas por los cabellos en nuestra época, es el pueblo. Al amparo de ese inagotable sustantivo han prosperado ideologías, se han armado revueltas y se han hecho revoluciones y contrarrevoluciones. Pueblo es una palabra que todo demiurgo del lenguaje político debe llevar en sus labios para despertar las pasiones del electorado o de los menos favorecidos en la lucha por la sobrevivencia económica, que siempre han sido mayoría desde que el mundo es mundo. Hacer promesas al pueblo y comprometerse con él es sumar votos o asegurarse el respaldo de una multitud sin rostro que consagra la ambición de unos pocos.

Es por demás inevitable, aunque parezca inmodesto, destacar que mi artículo se refería en todo punto a otra élite política, pero con igual pertinencia puede señalar a la que ahora, cuando esto escribo, gobierna el país con aspiraciones hegemónicas y una insensatez más acentuada. Y, de nuevo, siento mejor sustentadas mis observaciones respecto a Venezuela cuando releo otras de las frases que algún día resalté en el libro de María Zambrano:

La demagogia es adulación del pueblo al afirmar aquello que tiene de fuerza elemental; la demagogia degrada al pueblo en masa.[3]

Hubiese seguido en ese tono de cotejar, comparar, reafirmar y quién sabe qué más de mis desencantos ciudadanos y políticos, siguiendo las sutilezas, agudezas y hasta diría premoniciones de María Zambrano cuando desemboqué en este párrafo, al mismo tiempo que de una lista de reproducciones de música mexicana en Youtube sonó una canción de Juan Gabriel. Leamos, primero, el párrafo de María Zambrano[4]:

se comprende que una vez despierta la consciencia, una vez que la voluntad existe, el tiempo sea sentido en forma más aguda, más angustiosa. Para el ansia de establecer un poder que ordenara universalmente las cosas terrenas, el tiempo es el mayor enemigo, la perenne obsesión. No deja de ser un dato curioso acerca de la sensibilidad de este momento, que el emperador Carlos V en su retiro en Yuste tuviera la obsesión de mantener el funcionamiento de los innumerables relojes que llenaban las habitaciones, en absoluta precisión y sincronismo.

Bueno es puntualizar que este párrafo es del Capítulo III, El absolutismo y la estructura sacrificial de la sociedad, y va con el intertítulo “Atemporalidad y eternidad en el absolutismo”, para aclarar a qué se refiere cuando dice “un dato curioso acerca de la sensibilidad de este momento”.

Y ahora, parte de la letra de la canción de Juan Gabriel, en esta extraña sincronía sabatina:

Abrázame que el tiempo pasa y ese no se detiene

Abrázame muy fuerte amor que el tiempo en contra viene

Abrázame que Dios perdona pero al tiempo a ninguno

Abrázame que no le importa saber quién es uno

Abrázame que el tiempo pasa y él nunca perdona

Ha hecho estragos en mi gente como en mi persona

Abrázame que el tiempo es malo y muy cruel amigo

Abrázame muy fuerte amor.

 


Entonces comienza de verdad la historia o todo contra la historia. Abolir el tiempo, arrebatárselo al destino, a Dios o a los dioses: no importa que te obsesiones con la precisión de los relojes o te dediques a viajar por el mundo o te drogues o te emborraches o te metas en uno y otro libro o en uno y otro burdel  o en una y otra película o en una y otra fiesta: no corras, no huyas, porque tal vez el amor es lo único que no te redime pero te hace consciente del horror por el tiempo. Y en la madrugada, con el corazón acelerado y las lágrimas a punto, y sin saber qué hacer, el tiempo es el enemigo y déjame morirme en tus brazos y déjame que cuando acabe me muera y nadie y sólo tú en el punto menos indiferente del amor me veas morir, déjame morir en el único punto del universo donde la soledad pesa como un remordimiento  y donde el amor es una lotería de las sensaciones y no de la pureza. Ahora ya no es la filosofía ni lo que quiera conjeturar, es el tiempo levantándose como un oleaje en tierras agrietadas, déjame morir en tus brazos porque el tiempo es el único asesino, no hay otro. Ahora todo lo que busque será excusa… nada, absolutamente nada, me alejará de ti que vienes con o sin tiempo: el mundo comienza y termina hoy porque el tiempo es el único verdugo, el que trae y lleva, el que lleva y trae, y por eso digo:

Dame un minuto ante la hoguera

dame el silencio en el escándalo

dame el respiro inútil

cuando me ahogo

dame la tristeza como premio

dame el cuchillo

de cada palabra

dame la hora en un reloj

sin agujas ni esfera

sin fórmulas ni bienvenidas

dame el tiempo

que necesito detrás de las excusas

dame un rato para ver

el tiempo de los tiempos

en los sueños y en la vigilia

y ser el ver absoluto:

lo único que me demora

en esta vida.

 



[1] María Zambrano, Persona y democracia. La historia sacrificial, Editorial Anthropos, Barcelona, España, 1992.

[2] Mario Amengual, “Mentiras sobre el pueblo”, El Siglo, Maracay, 26 de septiembre de 1996.

[3] Op. Cit. P 145.

[4] Op. Cit. P 89.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Swift y un señor en una panadería

 


Nunca está de más recordar que Los viajes de Gulliver no es un libro para niños. De ese equívoco se han encargado las versiones emitidas en Hollywood. Afirma Borges en El arte de injuriar (una de las dos notas finales de Historia de la eternidad):

Swift, hombre de amargura esencial, se propuso en la crónica de los viajes del capitán Lemuel Gulliver la difamación del género humano.

Y después de comentar brevemente los cuatro viajes, concluye:

La fábula es contraproducente, como se ve. Lo demás es literatura, sintaxis.

Viene el caso recordar ese libro tergiversado y las anotaciones de Borges porque recién escuché en una panadería que un señor a quien conozco desde hace años y es ajeno a toda literatura, también obstinado de las carencias y los flagelos de este país invadido y secuestrado por una horda isleña, le decía a otro mientras esperaban el pan:

-Aquí es lo mismo un político, un estafador, un militar, un contrabandista, un policía, un ladrón, un juez, un timador, un opositor, un cabrón…


 

Hasta ahí llegó su desconsolada retahíla porque le despacharon los panes, pero yo me quedé pensando dónde había leído una enumeración similar. Fue al rato que recordé que está en el libro de Swift y citada y comentada por Borges en la nota ya referida:

No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián.

Y apunta Borges:

Ciertas palabras, en esa buena enumeración, están contaminadas por las vecinas.

El señor de la panadería emuló a Swift, sin saberlo, y con la misma eficacia porque sin duda que en su enumeración también ciertas palabras estaban contaminadas por la vecinas y con absoluta precisión.

 


viernes, 4 de septiembre de 2020

Amalasunta, una reina culta


 En su Historia de los griegos Montanelli afirma, en el capítulo dedicado a Milcíades y Arístides, tal vez con más exageración que sorna: “la historia, como las mujeres siente, debilidad por los bribones”. No puede negarse que condenar al ostracismo a Arístides, considerado el griego más justo y honrado de su tiempo, solo puede entenderse cuando se trata de un gobierno  de bellacos. Pero también puede afirmarse, sin exageración alguna, que la historia, quienes la han escrito o inventado, no siente ninguna debilidad por las mujeres.
Un caso de justicia y homenaje tardío con una mujer es el de Hipatia de Alejandría (355 o 370 a 415). Ya en los días de la Ilustración se le consideró como mártir de la intolerancia de la religión cristiana contra la ciencia, pero es en el siglo XX cuando se le reconoce a plenitud. En las páginas de Cosmos el astrofísico y divulgador científico Carl Sagan dice de ella:
“El último científico que trabajó en la Biblioteca de Alejandría fue una matemática, astrónoma, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier época”.
Y sobre todo en la que ella vivió, y agrega Sagan: “en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente masculinos”.
En octubre de 2009 se estrenó la película Ágora, de Alejandro Amenábar, cuya protagonista es Hipatia, encarnada por Raquel Weisz, que a su vez está inspirada en el libro de Pedro Gálvez, Hipatia, la mujer que amó la ciencia (2004). En 2002 se publicó en Francia la novela Le Baton d’Euclide, de Jean-Pierre Luminete; en español fue publicada en 2004 con el título El incendio de Alejandría. Luminet ambienta su novela en 642 y su protagonista es otra Hipatia, ficticia, pero sin duda es un homenaje a la de Alejandría, a la que se refiere en algunas páginas.
Que yo sepa, Amalasunta no ha corrido la misma suerte tardía. Son pocas y muy breves las referencias a ella en internet. Advirtiendo de antemano mi ignorancia, supe de ella en L’Italia dei Secolo Bui, de Indro Montanelli y Roberto Gervaso, traducido al español como Historia de la Edad Media.
Es uno de los personajes de la comedia histórica Las lises de Francia del poeta y dramaturgo español del sigloXVI Antonio Mira de Amescua.

En la Enciclopedia Británica le dedican algunas líneas que difieren en algunos detalles de lo que refieren Montanelli y Gervaso y esto es lo más que se sabe de ella.
Nació en 495 en Rávena, Italia, hija de Teodorico, rey de los ostrogodos, se casó en 515 con Eutarico, un ostrogodo de la antigua línea Amal, que había estado viviendo anteriormente en España. Su esposo murió en los primeros años de su matrimonio, dejándola con dos hijos, Atalarico y Matasuenta. Al morir Teodorico en 526, le correspondía sucederlo a su yerno Eutarico, pero ya había muerto y por eso Amalasunta debió actuar como regente de su hijo Atalarico, quien apenas tenía diez años.
Era hermosa, dominante y culta. Hablaba con fluidez el griego y el latín, conocía a los autores clásicos y “dominaba la filosofía”. Los godos no la querían porque sentía que ella los despreciaba, solía rodearse de romanos y frecuentar sus salones. Fue justa al rehabilitar la memoria de Boecio y Símaco y devolverle a sus herederos los bienes que les habían sido confiscados.
Estaba profundamente imbuida de la antigua cultura romana, le dio a la educación su hijo Atalarico un giro más refinado y literario confiándolo a un preceptor romano para que se iniciara en el conocimiento y  culto de la civilización latina. Fundó nuevas escuela y, vaya adelanto a su época, aumentó el sueldo de los maestros de retórica, una de las disciplinas que conforman el trívium.
La muerte de su hijo Atalarico a los dieciocho años, en 534, por excesos de toda índole, propició pocos cambios en la postura de sus asuntos.  Amalasunta, ahora reina, con pretensiones de fortalecer su posición, nombró a su primo Teodato como socio de su trono y no como esposo, aunque algunos afirman lo contrario. En esto de esposarse con él hay diferencias en las pocas fuentes, porque la esposa de Teodato aún vivía.
Esa elección no fue la mejor. Teodato, a pesar de cierto barniz de cultura por haber estudiado filosofía en Roma y ser autor de un ensayo sobre Platón, era un cobarde y un sinvergüenza con grandes ambiciones de poder.  Parecía claro que quería deshacerse de ella. Consciente de su impopularidad y probablemente advertida de las intenciones de Teodato, Amalasunta inició negociaciones con el emperador Justiniano con el fin de huir a Bizancio con sus tesoros. 

Teodato fomentó el descontento de los godos, y por sus órdenes o con su permiso, Amalasunta fue apresada cuando se disponía zarpar desde el puerto de Classe y encarcelada en una isla en el lago de Bolsena, donde en la primavera de 535 fue asesinada en su baño, según la Enciclopedia Británica, o mientras dormía, según Montanelli y Gervaso.
Cuanto se sabe de ella es por las cartas de Casiodoro, su primer ministro y consejero literario, y por los historiadores Jordanes y Procopio. Según estos últimos, que no siempre movían la pluma con imparcialidad, no fue ajena a la manera más antigua, vigente, expedita y masculina de librarse, en algunos casos, de sus opositores.
Los méritos de Amalasunta nos son comparables a los de Hipatia de Alejandría, pero no deja de ser admirable su personalidad, su audacia y su cultura en un tiempo de los más oscuros de la historia de Europa y de los tantos de la humanidad.
Como dijo Borges refiriéndose a uno de sus antepasados, “le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”, así como el nuestro, nuestra Edad Media, sin Dios y con la economía reinando, alelada por los fascinantes artilugios de la tecnología y en la que la ciencia muestra las manipulaciones que le dan el rostro, el cuerpo y el espíritu fatal que advirtió y presumió Bertrand Russell.



Horror por el tiempo: Juan Gabriel y María Zambrano

  Mario Amengual De inmediato, lo sé, el título que encabeza esta página apresurará juicios negativos o un rápido e indiscutible rechazo: ...