miércoles, 16 de septiembre de 2020

Swift y un señor en una panadería

 


Nunca está de más recordar que Los viajes de Gulliver no es un libro para niños. De ese equívoco se han encargado las versiones emitidas en Hollywood. Afirma Borges en El arte de injuriar (una de las dos notas finales de Historia de la eternidad):

Swift, hombre de amargura esencial, se propuso en la crónica de los viajes del capitán Lemuel Gulliver la difamación del género humano.

Y después de comentar brevemente los cuatro viajes, concluye:

La fábula es contraproducente, como se ve. Lo demás es literatura, sintaxis.

Viene el caso recordar ese libro tergiversado y las anotaciones de Borges porque recién escuché en una panadería que un señor a quien conozco desde hace años y es ajeno a toda literatura, también obstinado de las carencias y los flagelos de este país invadido y secuestrado por una horda isleña, le decía a otro mientras esperaban el pan:

-Aquí es lo mismo un político, un estafador, un militar, un contrabandista, un policía, un ladrón, un juez, un timador, un opositor, un cabrón…


 

Hasta ahí llegó su desconsolada retahíla porque le despacharon los panes, pero yo me quedé pensando dónde había leído una enumeración similar. Fue al rato que recordé que está en el libro de Swift y citada y comentada por Borges en la nota ya referida:

No me fastidia el espectáculo de un abogado, de un ratero, de un coronel, de un tonto, de un lord, de un tahúr, de un político, de un rufián.

Y apunta Borges:

Ciertas palabras, en esa buena enumeración, están contaminadas por las vecinas.

El señor de la panadería emuló a Swift, sin saberlo, y con la misma eficacia porque sin duda que en su enumeración también ciertas palabras estaban contaminadas por la vecinas y con absoluta precisión.

 


viernes, 4 de septiembre de 2020

Amalasunta, una reina culta


 En su Historia de los griegos Montanelli afirma, en el capítulo dedicado a Milcíades y Arístides, tal vez con más exageración que sorna: “la historia, como las mujeres siente, debilidad por los bribones”. No puede negarse que condenar al ostracismo a Arístides, considerado el griego más justo y honrado de su tiempo, solo puede entenderse cuando se trata de un gobierno  de bellacos. Pero también puede afirmarse, sin exageración alguna, que la historia, quienes la han escrito o inventado, no siente ninguna debilidad por las mujeres.
Un caso de justicia y homenaje tardío con una mujer es el de Hipatia de Alejandría (355 o 370 a 415). Ya en los días de la Ilustración se le consideró como mártir de la intolerancia de la religión cristiana contra la ciencia, pero es en el siglo XX cuando se le reconoce a plenitud. En las páginas de Cosmos el astrofísico y divulgador científico Carl Sagan dice de ella:
“El último científico que trabajó en la Biblioteca de Alejandría fue una matemática, astrónoma, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía: un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier época”.
Y sobre todo en la que ella vivió, y agrega Sagan: “en una época en la que las mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad, se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente masculinos”.
En octubre de 2009 se estrenó la película Ágora, de Alejandro Amenábar, cuya protagonista es Hipatia, encarnada por Raquel Weisz, que a su vez está inspirada en el libro de Pedro Gálvez, Hipatia, la mujer que amó la ciencia (2004). En 2002 se publicó en Francia la novela Le Baton d’Euclide, de Jean-Pierre Luminete; en español fue publicada en 2004 con el título El incendio de Alejandría. Luminet ambienta su novela en 642 y su protagonista es otra Hipatia, ficticia, pero sin duda es un homenaje a la de Alejandría, a la que se refiere en algunas páginas.
Que yo sepa, Amalasunta no ha corrido la misma suerte tardía. Son pocas y muy breves las referencias a ella en internet. Advirtiendo de antemano mi ignorancia, supe de ella en L’Italia dei Secolo Bui, de Indro Montanelli y Roberto Gervaso, traducido al español como Historia de la Edad Media.
Es uno de los personajes de la comedia histórica Las lises de Francia del poeta y dramaturgo español del sigloXVI Antonio Mira de Amescua.

En la Enciclopedia Británica le dedican algunas líneas que difieren en algunos detalles de lo que refieren Montanelli y Gervaso y esto es lo más que se sabe de ella.
Nació en 495 en Rávena, Italia, hija de Teodorico, rey de los ostrogodos, se casó en 515 con Eutarico, un ostrogodo de la antigua línea Amal, que había estado viviendo anteriormente en España. Su esposo murió en los primeros años de su matrimonio, dejándola con dos hijos, Atalarico y Matasuenta. Al morir Teodorico en 526, le correspondía sucederlo a su yerno Eutarico, pero ya había muerto y por eso Amalasunta debió actuar como regente de su hijo Atalarico, quien apenas tenía diez años.
Era hermosa, dominante y culta. Hablaba con fluidez el griego y el latín, conocía a los autores clásicos y “dominaba la filosofía”. Los godos no la querían porque sentía que ella los despreciaba, solía rodearse de romanos y frecuentar sus salones. Fue justa al rehabilitar la memoria de Boecio y Símaco y devolverle a sus herederos los bienes que les habían sido confiscados.
Estaba profundamente imbuida de la antigua cultura romana, le dio a la educación su hijo Atalarico un giro más refinado y literario confiándolo a un preceptor romano para que se iniciara en el conocimiento y  culto de la civilización latina. Fundó nuevas escuela y, vaya adelanto a su época, aumentó el sueldo de los maestros de retórica, una de las disciplinas que conforman el trívium.
La muerte de su hijo Atalarico a los dieciocho años, en 534, por excesos de toda índole, propició pocos cambios en la postura de sus asuntos.  Amalasunta, ahora reina, con pretensiones de fortalecer su posición, nombró a su primo Teodato como socio de su trono y no como esposo, aunque algunos afirman lo contrario. En esto de esposarse con él hay diferencias en las pocas fuentes, porque la esposa de Teodato aún vivía.
Esa elección no fue la mejor. Teodato, a pesar de cierto barniz de cultura por haber estudiado filosofía en Roma y ser autor de un ensayo sobre Platón, era un cobarde y un sinvergüenza con grandes ambiciones de poder.  Parecía claro que quería deshacerse de ella. Consciente de su impopularidad y probablemente advertida de las intenciones de Teodato, Amalasunta inició negociaciones con el emperador Justiniano con el fin de huir a Bizancio con sus tesoros. 

Teodato fomentó el descontento de los godos, y por sus órdenes o con su permiso, Amalasunta fue apresada cuando se disponía zarpar desde el puerto de Classe y encarcelada en una isla en el lago de Bolsena, donde en la primavera de 535 fue asesinada en su baño, según la Enciclopedia Británica, o mientras dormía, según Montanelli y Gervaso.
Cuanto se sabe de ella es por las cartas de Casiodoro, su primer ministro y consejero literario, y por los historiadores Jordanes y Procopio. Según estos últimos, que no siempre movían la pluma con imparcialidad, no fue ajena a la manera más antigua, vigente, expedita y masculina de librarse, en algunos casos, de sus opositores.
Los méritos de Amalasunta nos son comparables a los de Hipatia de Alejandría, pero no deja de ser admirable su personalidad, su audacia y su cultura en un tiempo de los más oscuros de la historia de Europa y de los tantos de la humanidad.
Como dijo Borges refiriéndose a uno de sus antepasados, “le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir”, así como el nuestro, nuestra Edad Media, sin Dios y con la economía reinando, alelada por los fascinantes artilugios de la tecnología y en la que la ciencia muestra las manipulaciones que le dan el rostro, el cuerpo y el espíritu fatal que advirtió y presumió Bertrand Russell.



Horror por el tiempo: Juan Gabriel y María Zambrano

  Mario Amengual De inmediato, lo sé, el título que encabeza esta página apresurará juicios negativos o un rápido e indiscutible rechazo: ...