En
su Historia de los griegos Montanelli
afirma, en el capítulo dedicado a Milcíades y Arístides, tal vez con más
exageración que sorna: “la historia, como las mujeres siente, debilidad por los
bribones”. No puede negarse que condenar al ostracismo a Arístides, considerado
el griego más justo y honrado de su tiempo, solo puede entenderse cuando se
trata de un gobierno de bellacos. Pero
también puede afirmarse, sin exageración alguna, que la historia, quienes la
han escrito o inventado, no siente ninguna debilidad por las mujeres.
Un
caso de justicia y homenaje tardío con una mujer es el de Hipatia de Alejandría
(355 o 370 a 415). Ya en los días de la Ilustración se le consideró como mártir
de la intolerancia de la religión cristiana contra la ciencia, pero es en el
siglo XX cuando se le reconoce a plenitud. En las páginas de Cosmos el astrofísico y divulgador
científico Carl Sagan dice de ella:
“El
último científico que trabajó en la Biblioteca de Alejandría fue una
matemática, astrónoma, física y jefe de la escuela neoplatónica de filosofía:
un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo de cualquier
época”.
Y
sobre todo en la que ella vivió, y agrega Sagan: “en una época en la que las
mujeres disponían de pocas opciones y eran tratadas como objetos en propiedad,
se movió libremente y sin afectación por los dominios tradicionalmente
masculinos”.
En
octubre de 2009 se estrenó la película Ágora,
de Alejandro Amenábar, cuya protagonista es Hipatia, encarnada por Raquel
Weisz, que a su vez está inspirada en el libro de Pedro Gálvez, Hipatia, la mujer que amó la ciencia
(2004). En 2002 se publicó en Francia la novela Le Baton d’Euclide, de Jean-Pierre Luminete; en español fue
publicada en 2004 con el título El
incendio de Alejandría. Luminet ambienta su novela en 642 y su protagonista
es otra Hipatia, ficticia, pero sin duda es un homenaje a la de Alejandría, a
la que se refiere en algunas páginas.
Que
yo sepa, Amalasunta no ha corrido la misma suerte tardía. Son pocas y muy
breves las referencias a ella en internet. Advirtiendo de antemano mi
ignorancia, supe de ella en L’Italia dei
Secolo Bui, de Indro Montanelli y Roberto Gervaso, traducido al español
como Historia de la Edad Media.
Es
uno de los personajes de la comedia histórica Las lises de Francia del poeta y dramaturgo español del sigloXVI
Antonio Mira de Amescua.
En
la Enciclopedia Británica le dedican algunas líneas que difieren en algunos
detalles de lo que refieren Montanelli y Gervaso y esto es lo más que se sabe
de ella.
Nació en 495 en Rávena, Italia, hija de Teodorico, rey de los ostrogodos, se casó en 515 con Eutarico,
un ostrogodo de la antigua línea Amal, que había estado viviendo anteriormente
en España. Su esposo murió en los
primeros años de su matrimonio, dejándola con dos hijos, Atalarico y Matasuenta. Al morir Teodorico en 526, le
correspondía sucederlo a su yerno Eutarico, pero ya había muerto y por eso
Amalasunta debió actuar como regente de su hijo Atalarico, quien apenas tenía
diez años.
Era hermosa, dominante y
culta. Hablaba con fluidez el griego y el latín, conocía a los autores clásicos
y “dominaba la filosofía”. Los godos no la querían porque sentía que ella los
despreciaba, solía rodearse de romanos y frecuentar sus salones. Fue justa al
rehabilitar la memoria de Boecio y Símaco y devolverle a sus herederos los
bienes que les habían sido confiscados.
Estaba profundamente
imbuida de la antigua cultura romana, le dio a la educación su hijo Atalarico
un giro más refinado y literario confiándolo a un preceptor romano para que se
iniciara en el conocimiento y culto de
la civilización latina. Fundó nuevas escuela y, vaya adelanto a su época,
aumentó el sueldo de los maestros de retórica, una de las disciplinas que
conforman el trívium.
La muerte de su hijo
Atalarico a los dieciocho años, en 534, por excesos de toda índole, propició
pocos cambios en la postura de sus asuntos.
Amalasunta, ahora reina, con pretensiones de fortalecer su posición,
nombró a su primo Teodato como socio de su trono y no como esposo, aunque
algunos afirman lo contrario. En esto de esposarse con él hay diferencias en
las pocas fuentes, porque la esposa de Teodato aún vivía.
Esa elección no fue la
mejor. Teodato, a pesar de cierto
barniz de cultura por haber estudiado filosofía en Roma y ser autor de un
ensayo sobre Platón, era un cobarde y un sinvergüenza con grandes ambiciones de
poder. Parecía claro que quería
deshacerse de ella. Consciente de su impopularidad y probablemente
advertida de las intenciones de Teodato, Amalasunta inició negociaciones con el
emperador Justiniano con el fin de huir a Bizancio con sus tesoros.
Teodato fomentó el
descontento de los godos, y por sus órdenes o con su permiso, Amalasunta fue
apresada cuando se disponía zarpar desde el puerto de Classe y encarcelada en
una isla en el lago de Bolsena, donde en la primavera de 535 fue asesinada en
su baño, según la Enciclopedia Británica, o mientras dormía, según Montanelli y
Gervaso.
Cuanto se sabe de ella
es por las cartas de Casiodoro, su primer ministro y consejero literario, y por
los historiadores Jordanes y Procopio. Según estos últimos, que no siempre
movían la pluma con imparcialidad, no fue ajena a la manera más antigua,
vigente, expedita y masculina de librarse, en algunos casos, de sus opositores.
Los méritos de
Amalasunta nos son comparables a los de Hipatia de Alejandría, pero no deja de
ser admirable su personalidad, su audacia y su cultura en un tiempo de los más
oscuros de la historia de Europa y de los tantos de la humanidad.
Como dijo Borges
refiriéndose a uno de sus antepasados, “le tocaron, como a todos los hombres,
malos tiempos en que vivir”, así como el nuestro, nuestra Edad Media, sin Dios
y con la economía reinando, alelada por los fascinantes artilugios de la
tecnología y en la que la ciencia muestra las manipulaciones que le dan el
rostro, el cuerpo y el espíritu fatal que advirtió y presumió Bertrand Russell.