sábado, 30 de marzo de 2019

Guaidó: amor con hambre no dura

Ha circulado por ahí, incluso como letrero desmandado por un historiador de prestigio incuestionable (al menos eso predica la cofradía de estos tiempos) que reza: “20 años de paciencia con el chavismo y tres meses de impaciencia con Guaidó”. En todo caso son 20 años y tres meses de paciencia. Y es que los propagadores de ese mensaje, como evangélicos que tocan puertas todos los domingos, no saben o no quieren saber que el estómago vacío no razona, no tiene paciencia ni se acomoda a discursos.
Que se arreche quien se arreche (todos los juanitos y demás especímenes de la soberbia nacional), pero una vaina es acariciar felices desenlaces, masturbarse con teorías políticas, llenarse de esperanzas irrealizables y otra, muy otra, es pelar bolas en el día a día. Que los diputados no cobran, no quiere decir que anden detrás de una harina de maíz ni de un kilo de pasta y no tengan ni para tomarse una malta en cualquier esquina. Eso, que no cobran, por tonto, es un argumento demasiado ligero para endilgárselo a todo un país.
Hay quienes por haber militado o militar en un partido, y haber sido cómplices de sus trampas y manipulaciones, se permiten despreciar a los que no le hacemos coro a líderes ni cobramos en nóminas paralelas, antes y ahora, ni nos desgañitamos por diputados que no cobran, pero se desplazan en vehículos costosos y no andan buscando algo por ahí para desayunar con una empanada.

Aquí el juego está clarito y no admite muchas teorías ni muchas conjeturas: este es un país saqueado, arruinado, devastado y sin esperanza de cambiar hasta que todos aquellos que dicen y predican para cambiarlo no acepten que así como un diluvio o un terremoto arrasan para volverse espléndida la naturaleza, ella revive sin compasión por todo lo que le permita un nuevo presente. 

jueves, 28 de marzo de 2019

La huida ante el frenesí
(fragmento de novela)

Alberto Amengual







UNA BALLENA EN EL ESPEJO

En el medio del mar
  Pescaron una ballena
                                                   La ballena de oro
                                                   De oro estaba llena.
                                                          Chucho Sanoja

  La lectura, salvo contadas excepciones que lo marcaron, no formaba parte de las aficiones de Cipriano Mirabal. Le desesperaba que la narración de hechos y situaciones, ocurrido infinidad de veces desde que el mundo es mundo, se dilatara en un mar de palabras danzantes sobre descripciones, imágenes y sentimientos. Además, se veía obligado a consultar una y otra vez el diccionario, a la búsqueda de significaciones que ni por asomo sabía que las palabras poseían. Cada consulta aumentaba la fatiga y la distancia, tanto que cualquier motivo, por pequeño que fuese, servía para justificar el abandono de la empresa. Aquella tarde sin embargo, acodado en la barra del que una vez fuera su lugar favorito, le dio por pensar en un relato donde el protagonista, desnudo sobre la cama en un cuarto apenas iluminado “por verdes cuchillas de luz”, evocaba un momento crucial de su vida. Los recuerdos iban y venían por la habitación, multiplicándose de tal forma que, en un determinado momento, todo cobró la forma de una estructura absurda de pulpo entre espejos. Ningún trabajo le costó a Cipriano encontrar las causas de la asociación y la remembranza: en varias miradas fugaces que le había dado al espejo del fondo le pareció ver la imagen de una ballena con la bocota abierta apuntando hacia él. Intuyó, con un desgano que se le había vuelto habitual, que más temprano que tarde se vería en problemas. ¿Uno más? ¿Hasta cuándo? ¿Acaso el último? El historial de los últimos desenlaces no lo favorecía. Entonces, ¿qué opciones reales tendría? A buen seguro no muchas, y de ser así ya no le quedarían ganas de afrontar la situación con el apasionamiento de antaño. Estaba mareado y no a causa de la cerveza. Las imágenes afloraban y él, como mudo testigo, las veía pasar sin ningún interés que lo incitara a seguir otros rumbos. Sorbo a sorbo decantaba un pesimismo con sabor a vejez, detenimiento, resignación. Apuró el trago y, aunque los efectos no llegaban, la distensión del momento lo llevó a un puro contemplar los vaivenes de su vida como si fueran olas de una resaca ajena. Ya no se veía como un héroe en aquellos entramados sino como un mortal más, casi desbaratado contra los farallones del tiempo. ¿Y a qué demonios volvía a este lugar donde todos sus contertulios ya no lo eran más y la hora de los extremos había pasado? Si todo era recuerdo, ¿qué hacía allí? Un fugaz aleteo en el mar de cristal le hizo saber que el enorme animal estaba encantado de haberlo arrastrado hasta ese puerto. Fue entonces cuando la respuesta apareció con la espuma de la cerveza. Un largo sorbo y estaba de nuevo en la blanquísima habitación, sentado en una silla plástica del mismo color, contemplando al flaco parado en el umbral. Qué bien se veía con su traje gris a rayas, le daba una majestuosidad que hacía más apreciables su tristeza y bonhomía, inseparables estandartes de su personalidad. Lo invitó a pasar para darle un abrazo pero él se negó alegando que era imposible hacerlo, sólo había venido a despedirse, ya que él, Cipriano, no lo había hecho en el momento debido. “Trépak, flaco, Trépak, le había gritado, ¿qué pasó contigo? ¿Te estrujó tanto el irrevocable amor?” Juan Pedro, el flaco, su único amigo en aquel vertedero de frustraciones, lo miró unos segundos antes de esfumarse. Ahora, evocando ese reciente encuentro nocturno volvió a decirle: No era para tanto, la mujer estaba bien buena pero, por dios, un hombre como tú no podía seguir esa corriente voluptuosa como si tuvieses veinte años. ¿Fue ella la que te hizo dejar el trabajo de toda tu vida para buscar con tus hermanos un tesoro que nunca encontrarías? Creo, querido amigo, que te traicionó tu delicadeza sabiendo muy bien que hay seres con quienes no se puede actuar así. Una cosa es ser galante, sinceramente preocupado por halagar a una hembra de buen ver, y otra muy distinta dejarse llevar por senderos que sólo conducen a la permanente duda y la segura inquietud. Tu preocupación se notaba a leguas, filosofabas barato y repetitivo, quejándote de cosas que nunca te habían importado. ¿Y tu familia qué? ¿Acaso era tal la distancia impuesta por la cotidianidad que te les desfiguraste al punto de que no percibieran nada extraño? No lo creo posible pues tu pinta de Quijote se hizo más acentuada en aquella época, tanto que al verte no podía dejar de pensar en esas figuras de madera que pueblan con su triste figura muchos bares y restaurantes de la ciudad. Parecías un alambre, flaco, y creo que hasta te doblabas al caminar. Eso sí, la ternura nunca te abandonó y es por eso que te recuerdo tanto. Tú transmitías esa vaina, un no sé qué demasiado humano que así como me hacía dar gracias por tu amistad, iba a ser la causa de tu perdición. Era momento de goce, no de amor. Perdiste de vista que en la isla de los hombres solos a los más que se podía aspirar era al aquí y al ahora y tú, al igual que Alvarez, creíste que todavía quedaba oportunidad para los recomienzos. Como fantasía posible quizá valía la pena vivirla, pero como realidad no. El abismo no era de años sino de percepciones. Allí está el gato, lo veo nítidamente. Peludo, dinámica alfombrita gris a rayas negras al que admirabas por su finura al andar, su porte de cazador siempre al acecho, su mirada de superior indiferencia, en fin, todo lo que tú no eras. ¿Y qué con ella? Desprecio puro, rechazo, mala sangre y uno que otro vaso de agua sobre el animal de tus querencias cuando no la mirabas. Ese era el patrón, tú dibujando en rosado y ella pisoteando en negro. Día a día el panorama se emporquerizaba y tú, silueta trágica, te dejabas llevar por un sino que no merecías. Como todo lo tuyo, llegaste hasta el final con clase, eso te lo concedo sin reservas. Nadie aquí se daba cuenta o no querían hacerlo, tal era la distinción con que te comportabas. Además, cada quien a su tragedia, la tuya era una más, ¿por qué diablos ponerla de relieve? Ah, pero ellos no comprendían de disimilitudes y sutilezas, los pequeños detalles que establecen diferencias decisivas entre los hombres…


Nota: novela disponible en versión digital e impresa en Amazon.

                                    


El sexo de las cosas

Juan Nuño




El de los ángeles, tan disputado por siglos, quedó finalmente establecido por Lord
Byron cuando descubrió que todos son tories, conservadores; cosa que confirma la
gramática: son masculinos. Eso es precisamente lo que irrita a las insufribles feministas.
Qué plaga. Señor: debe ser que se acumulan en los finales de siglo. Ahora arremeten
contra el lenguaje, confundiendo, entre muchas otras cosas, género con sexo. Ocurre lo
inevitable: hacen el más grande de los ridículos. Sólo imitan a sus predecesoras
anglosajonas, a las que hace ya veinte años les dio por decir tonterías tales como hablar
de She-God y querer reformar la Biblia a fin de eliminar el sexismo que contiene. Sin
darse cuenta de que antes tendrían que acabar con la religión judía y con esa
«enfermedad del judaísmo» (Borges dixit) que es el cristianismo, auténticos bastiones
de la más acendrada ideología machista. No existen sacerdotisas en el cristianismo,
aunque hay que reconocer que hubo una Papisa, aquella Juana que parió en plena
procesión, y por su parte, lo primero que hacen en la mañana los buenos judíos es
agradecer a Jehová que no los haya hecho mujer. Pero, claro, todavía en la lengua
inglesa esos jueguitos con los pronombres personales tienen cierto sentido, pues
distinguen entre la cabra hembra y el macho (propiamente, cabrón) anteponiendo el
«she» o el «he». ¿Habrá que decir entonces «Esperando a HeGodot» o, más bien,
«Esperando a Godota»?



Las feministas en lengua española también han enloquecido. Lo primero que ignoran
es que género es una categoría gramatical que funciona como clasificador de
sustantivos, adjetivos o pronombres, pero sin poseer valor semántico alguno.
Simplemente arbitrario. Dos palabras con idéntica terminación (frente, diente) tienen
distinto género sin que haya en ello ninguna intención sexista. También ignoran que, en
vista de que el género masculino no está marcado en la oposición masculino/femenino,
es el que se elige a la hora de atribuir género porque compromete menos. Pero si se
escucha a las excitadas feministas, habrá que decir «la cantar» y «la correr» en vez de
«el cantar» y «el correr». En su suma ignorancia, también desconocen que en las
lenguas indoeuropeas el origen de la distinción genérica no es el par
masculino/femenino, sino la oposición animado/inanimado, de donde en la mayoría de
esas lenguas surgen tres géneros, agregando el neutro. Lo que explica que, de lo más
anti-freudianamente, «niño» sea neutro en alemán (Kind). Además las locuras
feministas aplicadas al lenguaje sólo tendrían un alcance limitado, desde el momento en
que hay muchas lenguas que no distinguen géneros, otro punto ignorado por las
proponentes de la reforma sexista de la lengua. Así, por ejemplo, en las lenguas
africanas bantúes (swahili y demás) no existen sino clases, y un poco más cerca, el
euskera o vascuence no admite morfemas genéricos. De modo que, en vasco, «niño» y
«niña» es lo mismo (haur) o «perro» y «perra» (zakur). Lo de menos es que las
feministas desconozcan las complejidades lingüísticas; lo grave es que no se percaten de
la insensatez de sus propuestas. ¿Quiere decir que sólo podrán expresar su rabia
feminista las que hablen lenguas que distinguen géneros? ¿Qué sucede con las mujeres
vascas? ¿No se quejan del sexismo? ¿Es que acaso eso tan vago y metafísico del
sexismo está en la gramática o en las costumbres y en las personas?

Lo divertido es que no sólo abominan del sexismo lingüístico y proponen bobadas
tales como decir «humano» en lugar de «hombre». Por cierto, ¿por qué si es masculino?
¿No sería mejor «humane» (terminado en e) como sin siquiera reír quiere y propone un
filósofo español? Así, el libro de Nietzsche se convertirla en Humane, demasiado
humane para que las feministas no chillen.

Qué manía esa tan femenina de andar mezclando el sexo con todo. El machismo será
muy poco recomendable, pero al menos tiene la ventaja de poner al sexo en su sitio, que

es donde debe estar


Nota: Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional y después como parte del libro La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Monte Ávila Editores, Caracas 1990. Y como puede leerse en este breve artículo, no son nada nuevas las impertinencias y yerros lingüísticos, y resalta la habitual agudeza irónica de Nuño.

jueves, 21 de marzo de 2019

Desde la otra orilla (II)

Desde la otra orilla llegan otras voces, desoídas o apenas oídas: voces que han persistido en la soledad, algunas en el aislamiento voluntario, marginadas, pero dicen con tono propio; no se arredran  ni se consumen en afanes de la inmediatez para lustrar sus nombres.

Desde la otra orilla surgen esas voces de artesanos de las palabras: como a François Villon en su tiempo, el sueño de esta época les ha sido arrancado a golpes de martillo e insisten allí donde muchos abandonaron, arrojaron el cuaderno a un lado o posaron para la fotografía enaltecedora, salieron al foro y se enamoraron del escenario. Las voces de la otra orilla, disímiles y diversas, siguen, cada una por su cuenta, su propio sendero: no esperan las recompensas de los espejos de las conveniencias.
Una de esas voces, Manuel Cabesa, lo ha dicho con su propio acento, mucho antes de que nos decidiéramos a referirnos a la otra orilla:

Del mismo barro que somos
están formados nuestros caminos.
Largas veredas como años interminables.
Algunas veces
estas sendas se cruzan
uniendo dos soledades.
Luego cada cual prosigue su marcha
llevando consigo un recuerdo
como único equipaje.
Ninguno se permite
entonces
mirar hacia atrás
.

Ya he mencionado y citado una de esas voces, y otras acuden a mi memoria, sólo algunas de las muchas que supongo o apenas conozco: sé que hay más, sitiadas por la algarabía politiquera y delincuencial.
Las voces de la otra orilla no es un coro: cada quien anda en lo suyo. Por su cuenta, cada voz, a la sombra y en medio de la claridad, dice, afincando el bolígrafo o tecleando en el desvelo, como Luis Alejandro Contreras:

Poetos hombres y poetos mujeres
oficiando libaciones mórbidas,
articulando orgásmicas ecuaciones verbales
de una helada métrica sin límite,
mientras la vida canta y vibra impaciente
allá afuera.


Que quede claro, no pretendo ni quiero ser crítico literario; mi única aspiración es mostrar la otra orilla y a quienes desde ella dicen, desdicen, ponen el dedo en la llaga, mientras muchos se pasean por los callejones seguros de los egos complacidos, satisfechos y convencidos de su vocación de sepultureros.

Desde la otra orilla (I)

Sin dos orillas no hay río y el río puede verse desde ambas orillas.
 Si el río es caudaloso y de mucho estruendo, los de una orilla no escucharán a los de la otra: no se escucharán entre sí. Tal vez los de una orilla crean que son los únicos hablantes y los otros, si acaso los ven, no dicen nada.
Eso, ni más ni menos, suele pasar en un país y en ese país acontece en el menos amplio territorio de la literatura. Puede ser que los de una orilla están convencidos de ser los únicos dicentes o decidores.

¿Habrá otras voces en la otra orilla? Si las hay, ¿valdrá la pena escucharlos?, ¿dirán más o menos en beneficio del legado de una generación, del testimonio total que configura la memoria de un país o de la lengua en que imaginan, aseveran, dudan, preguntan, cuestionan o sueñan esas voces?
Si se anda en el paseo de las certezas, cómodas y enarboladas, o del jolgorio de las vanidades consagradas, no será difícil suponer el menosprecio de todo aquello que no lustra egos ni afianza complicidades.
El río fluye, pasan y son y no son las aguas de Heráclito, pero ¿será lo dicho todo cuanto se dice y no es necesario oír más nada? ¿Habrá por ahí una u otra línea no leída cuyas resonancias serán de mayor fuerza vital y de mucho más significado, impresión o juicio?
Eso lo dirá el tiempo, pero en el presente pueden gestarse algunas inquietudes, algunas curiosidades, algunos golpes de martillo y pueden promoverse otras atenciones.
Si pensamos en un país distinto, todo, absolutamente todo, debe aterrizar en la democracia (no fallida ni siempre prometida), en la auténtica pluralidad.

Pasaríamos, y con mucho tino, del vamos bien al andamos bien.

miércoles, 6 de marzo de 2019

El juicio de los días

 

Francisco Ricci, Auto de fe, 1683 


Declaración preliminar


Quería ser del azul de los cerros azules, pero me fue dado mirarlos desde la sombra de un flamboyán, huyendo de la cegadora luz vespertina de Maracay.
Encontré mi voz en algunas voces del pasado y sintiéndome un recién llegado a este mundo.
Preferí el hablar de las plazas y los mercados, la risa que no se niega y el chiste al vuelo y aunque solía sentirme recién salido de un lago oscuro de algas prensiles, me entregué a las paradojas de la calle, me dediqué a comprender los argumentos viscerales de quienes viven el día a día con un sabor alegre y constante.
Se me tiene por más vulgar que entendido, distante de ilustraciones.
Nadie me pidió verbos ásperos y directos, pero me comprometí con la honradez de mis palabras y decidí evitar constelaciones de poéticas al gusto de mi tiempo.
Si me faltó tacto, no me faltó fuerza y también estuve dispuesto a perder mi vida por delicadeza.
¿Acaso no es delicadeza privarse de los más vistosos afanes de mi época?
De un lado  a otro, errabundo, sólo he buscado respuestas en mis ojos o en los atardeceres y no me niego a lo inentendible.
¿Me pueden  incluir en un mapa y fijarme en sus patrones?
.

No me cierren las puertas, no digan que yo no estuve porque no me vieron o no quisieron verme, pretextando distracciones.
Sólo priva una descortés hipocresía de engreídos y exangües anotadores.
No me pinten el cuento del “ángulo complejo de la poesía”: la muerte, la vida, el viento que no reclama y devuelve a puertos de dudas las inconformidades que creemos generosas.
No vengan a presentarme discordancias sobrevoladas o rebeldías maceradas en disidencias verbales.
Ya pueden esclarecer sus incapacidades y sus sentimientos entibiados: la verdadera inobediencia nunca será negocio.

La inobediencia es una convicción, no es puro grito,
mata el sueño y se anuda en el pecho,
y suele preferir el silencio cauto
cuando muchos alzan la voz.
La inobediencia es una ola subiendo por la garganta
y mueve a callar cuando sólo se oyen consignas
y argumenta cuando la mayoría se muestra conforme.









En el estrado
 I
Después de todo, algún día, se aprende a cabecear las paredes y algo se prevé en los despertares repentinos: así se descubre la única causa perdida y comienza a enamorarnos el apartamiento.
Una y otra noche se siente el brotar de las respuestas fallidas, necesitadas, no urdidas para la ganancia o la conquista. Cada palabra se vuelve un nicho de desconsideradas progresiones y el mundo te reclama para las precisiones acordadas.
Sé que también quieres la resistencia de las certezas.
Así es cuando se necesitan las garantías de los cadáveres y las excusas aliviadoras.










 II
          Prefieres las atenuaciones y la vivacidad de las ferias.
Eso siempre resulta mejor, pero hay otras fiestas que ninguna fanfarria anuncia; fiestas que incitan a desconocer banderas, parcialidades convenientes y oportunidades redituables.
Al menos supón que sólo aprendiste glosas residuales, que cada lección que recibiste te conducía a una afirmación programada y cualquier contertulio sólo sería un espejo cómplice.
Aunque no lo sepas, siempre contaron con tu anuencia y no fue necesario el guardián omnipresente.
Tus palabras no te pertenecen.
Tus convicciones son un préstamo con altísimos intereses.









 III
Ya no me ajustan los cercos versados. Más vale el propósito de la palabra en decir y desdecir.
Quizás sea más hermoso resguardar ruinas, pero no a costa  de nuestra complicidad.
No es lo mismo tener presente las voces del pasado que seguir cavando las fosas de cadáveres insepultos.
Ser testigo de vista no es suficiente: toca desempeñar la palabra, no esperar nada a cambio, apostar sin ambiciones.
¿Podremos recuperar el desprendimiento?, ¿podremos librarnos de favor con favor se paga?
Ya pagamos bastante
y las ganancias nunca alcanzan:
 hemos visto uno y otro horizonte,
hemos burlado los límites,
hemos prodigado respuestas
y aún estamos aterrados.
Aún somos esclavos que maldecimos la vida.











 IV
Recibimos sin pedir, somos premiados sin transacción alguna, pero olvidamos que toda redención es invento nuestro.
Nos dedicamos a tasar.
Ahora todo pertenece a los porcentajes.
Convertimos el vivir en administrar y someter.
Somos huéspedes de ambiciones desbocadas.
¿Nos harán reventar los cálculos o explotarán en nuestras manos sus resultados?






 V
         No saber del privilegio.
No apreciar el don.
Ignorar el milagro, fascinados como estamos con nuestros prodigios.
No es carne ni espíritu la palabra: cuando mucho, argumento o escudo o instrumento de embeleso.
Ni oración ni asombro ni reencuentro, todo ello es nada ante la oferta y la demanda, ante las arengas prometedoras.
Hicimos mercado de nuestra casa, negocio de los elementos y por mantener o acrecentar montos se dejan correr advertencias y alarmas.
Como huérfanos resentidos sólo creemos en la conquista y la dominación.
         






 VI
         ¿A quién le importa el cuello de la retórica
o la mano alzada contra los cisnes?
Ni siquiera la verdad dicha oblicuamente:
eres número y perfil de cliente.
Si vales la inversión y sumas porcentaje a la estadística,
eres gente.
Pero tú apruebas sin protesto esa condición,
te pliegas a la barra festiva sin alejarte de las orillas familiares.
Te horroriza desentonar:
prefieres los sucedáneos del vértigo
y darte a la feligresía poseída y poseedora.








 VII
 ¿Quién quiere alejarse de los linderos de la indiferencia y andar por sus propios callejones del distanciamiento?
Aterra estar despierto en un mundo de sonámbulos.
Las palabras se vuelven clavos calientes en las sienes, se descubre la falsedad  de los postulados y del derecho. Se vaga por las calles y ya sólo se ven las evidencias de las derrotas colectivas, se aguza el sondar toda fraseología y toda benevolencia: la veracidad fustiga día y noche, se vuelve obsesión de hambriento y en la intimidad de las contrariedades afloran las palabras punzantes.
El desentono lacera, pero regala otros orgullos.






 VIII

         A la larga, no hay disidencia.
Desenfado pueril y redituable para unos,
y ceguedad homicida para otros:
así pagamos tributo a la historia.
Perdimos las bocas dicientes y las manos hacedoras sin el látigo de las retribuciones.
Nada es sagrado y los altares quedaron para los fanáticos o para los pecadores disculpados por la única ley inviolable: cada quien tiene su precio, en el cielo y en la tierra.





 IX
           La paz es un privilegio escaso.
¿Sabe de paz quien lucha por mantenerse o alcanzar el vértice de cualquier pirámide?
¿Sabe de paz quien fue condenado a las sobras de los inversores o de los redentores de oficio?
Tal vez en un tiempo bastaban las preocupaciones propias, pero llegó el día en que la avaricia se elevó a potencias mayores y los descalabros se hicieron rutinarios.
¿Acaso no hubo un día en que la piedad prefirió para siempre las mitras y los palacios?
¿Qué podíamos esperar después, que no fueran las remuneraciones a toda costa y en toda ocasión?








 Afuera
 X
El día comienza con la algarabía de los pericos y las guacharacas,
una garúa intermitente apenas hace temblar las hojas de las matas
y el sol se resiste a azotar la ciudad.
De alguna casa vecina llega el olor del café recién colado
y el de las arepas montadas.
De este día sólo tengo sus horas:
nada parecido a una ganancia o a una acción redituable.





 XI
El neto sobrevivir y los rebusques de la miseria son nuestras ciudades: agencias de loterías, remates de caballos, casas de empeño, buhoneros de todo, pedigüeños y ladrones de todas las edades, la picardía como arte, la trácala como oficio, militantes y crédulos exaltados, la política corroyendo los menguados espíritus, las ganas de salir de abajo como voluntad, la fe vulgarizada en baratijas y libros de tramposo sincretismo, la esperanza como única fe, el dinero como único acicate, las leyes ornamentales...
Y a pesar de todo eso, sobre nosotros se levanta el celebrado orden de las naciones prósperas.





 XII
         Ya no será suficiente con huir a una playa solitaria,
con bajar por mis íntimos precipicios,
con quedarme pasmado en el horror:
allí, en el silencio
donde no me reconocería en el eco de los otros
ni donde otros se calmarían
o se inquietarían con mis palabras.

Soy de la calle y las miserias que veo en la calle y me afligen son también las mías, también me pertenecen las modestas alegrías de quienes malviven en los arrabales de sus espíritus y aunque descreo de las iglesias, mi corazón reza con sus angustias en los templos y en los altares oscuros.





 XIII
           De los tormentos de las grandes ciudades, de los miedos de los ciudadanos, de las calles que exponen nuestras infidelidades, de los ritmos que en las noches vuelven a los cuerpos más cuerpos, de cada hora burocrática y de los sudores y de los fluidos orgiásticos dejados en las sábanas de habitaciones donde se revelaba eso innominado en cuerpos sabedores y en corazones estremecidos juntos.
De todo ello están hechos mi carne y mi espíritu, a ello pertenezco y de ello me separo y a ello vuelvo por gravitaciones incomprensibles.
Por eso puedo hablar con doctitud de traiciones y puedo dar detalles de la letra violada; puedo alzar la mano derecha y declarar con burla y amargura.





 XIV

         Olvidaron su fuente, aunque imploran y Dios es palabra común en sus labios.
Los mandamientos se derriten en sus manos codiciosas, miran para calcular los porcentajes en la burbuja de las valías y saben de sus ojos cuando les arde una duda,  pronto acallada con alguna conformidad.
¿Qué me piden entonces?,
¿cómo puedo andar por ahí con el corazón en la mano?,
¿cómo puedo llevarme bien con tanto parecer uniformado?
Ni siquiera sé si llevar la contraria es una apuesta valedera.



 XV

          Ni viga ni paja.
Darle crédito a los ojos, dejarlos fieles a su condición.
En ellos y ante ellos
el espejo que se reconoce
y no guarda argumentos.
Se elevarán alegatos,
se fijarán distancias para ceñirlos
cuando se quiera negarles su primacía,
su callada lógica,
su benevolencia sin precio,
aunque los tasadores quieran justificar
el darle cifras a su existencia.
A sus detractores el número los apremia,
si se trata de repudiar cuyos saberes no alcanzan.
Si los ojos saben,
a su modo,
las razones desfallecen.






 XVI
          Este sol alumbrando hasta las vísceras, destellando en los envoltorios de chucherías tirados en la calle, en los pedazos de vidrio de botellas rotas por pendencieros trasnochados, en las hojas secas que el viento levanta con nubes de polvo.
El viento me azota la cara, refrena mis pasos; entorno los ojos, encandilado; saludo a uno y otro como si los viera en un sueño, pero no me detengo a conversar con nadie.
Me llama el cielo,
todo azul,
deslumbrante,
sin una nube.
Quiero caminar no sé hasta dónde.
Viendo,
sin ánimo de considerar nada.
Sólo para andar sin propósito estoy vivo.







 XVII
        Un solo cuerpo de marrón negruzco corriendo entre pendientes cubiertas de monte y entre ranchos improvisados por la miseria y el desorden.
Ese cuerpo oscuro creciendo con la lluvia sobre los cerros con nombres de antiguos temores y supersticiones.
Pasa el río o es una sola agua moviéndose, ahora apresurada por la lluvia; es un estruendo que arrastra troncos secos, hojas, animales ahogados, piedras...
El río sin emociones, que la prensa juzgará furioso, recuperando su cauce, demostrando su fuerza sinuosa, pasando o siendo el mismo para los ojos que lo contemplan bajo la lluvia y para quedarse en la memoria.






 XVIII
          En la madrugada de los grillos insistentes, de gritos de borrachera y canciones a todo volumen, de carros estruendosos que le niegan tranquilidad a la noche, veo en la oscuridad las sombras que me persiguen: salen del sueño impresionante y lejano o sólo surgen del pensamiento desvelado.
Los árboles de la avenida insinúan un diálogo,
el brillo de los ojos de los gatos espanta todo razonamiento,
las hojas caen con un paso seco de sugerencias intraducibles
y por el silencio que nunca llega a ser completo
hay palabras que se vuelven navajas afiladas.







 Vivir sentenciado


 XIX
Acostumbrado a los encontronazos con las diversas seducciones del velo de este tiempo, se llega al coraje de actuar en el perenne escenario de cada día y se acreditan algunas luchas con el sabor anticipado de la derrota o, cuando mucho, del triunfo menor.
Ya no hay blasfemia, cada desencanto es un baño de agua fría soportable y en el contraste entre las necesidades y los ardides se llega a comprender la traición.
Si las lealtades tienen su precio, ¿cómo pedir querencias rebeldes a los cálculos?
Si se tiranizan los sentimientos, con mayor razón las entregas; pero el olor a mortecina perdura junto con los ideales y las buenas intenciones.




 XX
 Ni cáliz ni cruz ni sudario.
Uno es el templo, el rito y la oración.
Olvidado de los apuros diurnos, algo invade las difíciles precisiones del sueño; ya no es el sosiego forma mortal de la complacencia ni es deseable la tregua en el corazón cercado.
Darse no es acto de compromisos ni reseñas.
Salir no es perderse para una causa difundida ni prepararse para una lucha interesada.
El incesante historial de matanzas es suficiente para renunciar a cualquier credo: somos relatores de un desangramiento inmemorial, pero insistimos en ser cruzados que perdimos la fe en las palabras.







 XXI
 Buscan la eternidad con palabras estudiadas.
¿Cuál eternidad?
De eso quiero librarme;
de ese miedo de faraones a no ser nada,
a rechazar el destino de ser polvo.
Bello el embuste y el ardid piadoso.
El miedo ignora la fugacidad y la política rechaza su condición efímera; de todas maneras se cumple el fin de los fuegos artificiales.
Sabiendo de esas porfías de la desesperación,  nada cuesta rendir tributo a la justicia: aunque sus predicadores se adueñan de los titulares para, a fin de cuentas, sólo cumplir con sus predecibles antojos.




 XXII
 Salir a la calle sin juicios y sin credo,
ni de causa alguna.
Asedian los pregoneros del Juicio Final,
los dadores de redención,
los manipuladores de ritos de razas esclavizadas,
los matadores de dioses,
los beneficiarios de la desesperación ajena,
los traductores a páginas llamativas
el oscuro saber de otros tiempos,
los que fingen poseer facultades
que en antes enaltecieron
el riesgo y los dones del espíritu...
Tocan a las puertas de las casas
y conquistan la necesidad de fe,
los asediadores,
los convertidores del alma en mercancía,
ni mejores ni peores que los redentores armados,
que los saqueadores de las palabras
con sus leyes y sus programas,
que los artífices de las finanzas,
que los hacedores de baratijas
y los ricos esclavos de la vida consumida.
No eres tan grande siglo veintiuno,
aún eres capítulo de una impostura milenaria.






 XXIII
 No necesito de adivinos para ver mis próximos años, para verme en las contingencias y turbulencias del mundo, casi todas previstas por los titulares de hoy, ayer y anteayer.
Lo que sea mañana se prevé en las fraseologías enfrentadas y ninguna asoma que sean la materia y el espíritu su asunto, ni siquiera pueden calmar el hambre y los dolores de hoy, nada que supere el zumbido de las balas y las explosiones de las bombas.

Somos consecuentes con el horror.






 XXIV
 Valdrá la pena decir y hacer aunque muramos a los pies de la indiferencia.
Habrá que seguir, cada día con su noche,
en las borracheras y en los desvelos de reflexiones prolongadas,
cercado por las banalidades exaltadas,
por la estridente oscuridad,
por los incesantes rituales crematísticos,
por la extinción de la palabra desinteresada...
Sí, seguir con empeño de perfección, como si todo valiera la pena.






 XXV
         Sobrevivirán las incomprensiones, relegadas por los cálculos y las militancias.
Nadie querrá oír declaraciones de contraste.
¿También serán sedantes o placebos las diversas literaturas, las hirientes filosofías y volveremos a la clandestinidad predicha?
Habrá memoria y espíritu en poca gente; habrá guerras más devastadoras en las fronteras de la necedad y el juicio; habrá quienes vuelvan al verbo y a la fe sin imperativos.

Algunos días parecerá que la sangre abonará los campos y una madrugada con el sol castigando los cielos indefensos, será vano el arrepentimiento en la memoria de la especie.





 XXVI
 ¿Quién apuesta a las agonías disimuladas?,
¿quién expondrá sus huesos a la iconoclastia,
pese al agotamiento de las oraciones y las consignas?,
¿quién desafiará a los espejos
y renunciará a las creencias en los advenimientos venturosos?,
¿quién ventilará sus pobrezas con la franqueza de un desahuciado?,
¿quién preguntará para no conformarse con las respuestas estipuladas?,
¿quién estará dispuesto a recibir portazos en la cara a cambio de nada?






XXVII
Apenas comienzan los artificios asoladores, justo cuando se creían convenidas las reparticiones desiguales, excusadas por declaraciones y tratados.
La simplificación de los mapas parecía un triunfo de la razón, de la benevolencia de los conquistadores, pero tanto empuje y tantos triunfos celebrados no pasaron de ser argumentos de sofistas.
Estamos en un principio retocado, vociferando derechos en los arrabales de la Historia, entre columnas de humos y resplandores de explosiones, abonando con sangre las tierras minadas y agujereadas, ¿dónde caben, entonces, tantas arrogancias y a quién se consagran tantos himnos libertarios?
¿Nos confiaremos al curso de una flecha lanzada en un arrebato de fe o veremos tras los muros roídos y mohosos de las convicciones inalteradas?









Además

XXVIII
Si alguna vez éramos o parecíamos una tribu marginada o desoída, buscadores del verbo puntual, de la palabra como el hierro candente en el hielo de las convicciones, ya no es así.
Algunos, los que no se dejaron seducir por las banderas y las fanfarrias, que se negaron a entregarse para trocar por complacencias sus renuncias, son esos algunos agotándose en la locura,
o pudriéndose vivos en los bares
o sobreviviendo entre los escombros de sus historias personales
o tragando grueso por las exigencias de la recia religión del tener.

Ya parece poco o nada la literatura,
 la desdeñada de palabras tocantes,
 la de los estremecimientos reveladores,
la de la pluma que es lengua del alma.
¿Se perdió un camino?,
¿se cerró alguna puerta?
Las prostitutas coquetean en las aceras y siempre alguien pagará por sus atributos exagerados





XXIX

 Palabra angelada,
aunque te aplanen en los rituales mercantiles,
aunque se hundan tus piedras miliares,
aunque tu servidumbre se prolongue,
aunque sólo te midan para persuadir,
a ti confiaré mi testimonio,
mi declaración sentida,
y por ti y por tus esplendores solitarios
esta y otras voces coincidentes
a un lado de la común desmemoria,
cada cierto tiempo vencida.




Horror por el tiempo: Juan Gabriel y María Zambrano

  Mario Amengual De inmediato, lo sé, el título que encabeza esta página apresurará juicios negativos o un rápido e indiscutible rechazo: ...