viernes, 13 de julio de 2018

Discordancia



Si me quieren exprimido,
si me quieren agostado,
con el plato vacío en la mesa
y negando mis pasos discordes:
no comulgo en sus mórbidos altares,
no será suya la voz
inquirida en el silencio,
deslastrando palabras
en los solares de la desazón.

Aún puedo decir  y desdecirme,
no pueden cercarme en la patraña,
aunque prodiguen soberbias limosnas.
No seré condenado a vagar
en un saco de clavos.
Si me arrancan
las pancartas del reclamo  común,
todavía me quedan
las palabras desnudas,
luciérnagas en la memoria,
luz de la sombra en las tinieblas,
sabor y saber del decir al margen.

Hace tiempo aprendí
a equivocarme con decoro:
sé de barrancos, de cuestas empinadas,
de mañas con las barajas,
pero también aprendí
a negarme entre dos caminos,
a no someterme en las encrucijadas.

Si me envolvió el humo
de los ojos ardidos y la asfixia,
no renuncié a delatar las consignas,.
no digerí el monólogo insistente
y menos las tramas deliradas
en los salones del oprobio.

¿Es adorno o cuchillo la palabra?,
¿inunda papeles y alarga el incordio?,
¿sirve al carcelero o al amante?,
¿es flor prendida en los labios?,
¿se complace en el doble filo?,
¿se retrae en las vísceras
o es carne celebrante y gratitud?

Toca ser vigía
ante la palabra en dobleces.
Como almuédano a los creyentes,
convocar las palabras despojadas,
sin aristas de arrebatos,
sin acrobacias fascinantes:
señalar al espectro disfrazado con ellas.

Si la palabra rompe el clarín,
si se aposenta en el decir cordial,
quedan expuestos los vengadores,
los del martirio planeado,
los de la rabia adiestrada.

Las glorias fingidas,
las arcas hinchadas,
el porvenir en promesas inventado,
la misericordia burlada:
para eso basta el fragor de un espejismo.

Cae la lluvia
en las ciudades apaciguadas.
Largos veranos se han regado con sangre,
los árboles realengos
sacian las bocas silentes,
los grillos callaron
en las redes de veredas oscuras,
el rencor se renueva cada día
y se vale de cruces en pechos comprados.

Nos quedan voces inconformes,
rasgaduras en ajustadas banderas dominantes,
el trópico encendido en sus crepúsculos,
los dones reacios al cautiverio,
los vástagos indemnes de la lengua,
la antorcha encendida en la vigilia,
el recado insistente de los sueños,
las manos estrechadas tras barrotes
y aunque asediado por los sables,
puede uno albergarse en el asombro,
llevar la palabra en otro tono
y no ser peón del gárrulo cilicio.




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