lunes, 19 de junio de 2017

Del narrador y poeta venezolano Alberto Amengual, vaya este excelente y jovial relato.


MARIÓN Y LOS METRONAUTAS

Alberto Amengual







A  Juan Eleazar Vernet
In Memoriam


Aquel día fue un avatar memorable para Marión Altuna. Desde muy temprano, con los demonios de la zarabanda de la noche anterior alborotados aún en su cabeza, tuvo que empezar a bregar con esa vida que se le ponía cada vez más dura. La zaina Cristina Gómez, su casera, no esperó que la aurora de rosáceos dedos acariciara su despertar para pincharlo por vía telefónica:
-Mira mijito,¿acaso piensas que yo no como? Tienes tres meses de retraso y ya no tolero más excusas. Estás como el marido aquel que se cayó a golpes con el payaso y no me la sigo calando.
Otra vez en el sube y baja. Y con un malestar de brinquito
-Está bien Tinita, nada de excusas. La verdad y nada más que la verdad: me botaron del trabajo. Pero no te preocupes, voy a pagarte pronto.
-¿Ah sí? Si trabajando no pagabas, desempleado menos.
-Dije que voy a pagarte pronto y cumpliré mi palabra.
-¿Y en qué calendario mido ese pronto? ¿En el almanaque de Rojas hermanos, cuando haya una fase lunar propicia? Me han dicho que le metes a la astrología pero no me convences, hablaré con mi abogado para pedirte desalojo.
Háblame, Musa, de aquel varón de multiforme ingenio…¿qué hago ahora? Cristinita es más apretada que tuerca de submarino, hasta dejó de comprar el periódico porque está muy caro. Por lo visto tengo muy pocas esperanzas.
-Si logro cerrar un negocio ahora mismo en la mañana, quizá te pague esta tarde. Los tres meses y otros tres por adelantado.
-Eso sería fin de mundo, hasta hoy te espero.
Y colgó.
El  viejo era su última carta. Doctor y General. Presidente de varios estados, ministro, vicepresidente de la República, encargado de la presidencia por raticos y Presidente del Congreso Nacional. Na’guará, ¿quién puede resistirse ante semejantes encantos históricos?  Lo tomó por uno de sus extremos, le colocó dos bolitas de tirro por la parte de atrás y lo pegó de la pared. Con mucho cuidado lo desenrrolló y con otras dos bolitas lo fijó de cuerpo entero. Allí estaba su salvador en todas sus dimensiones. Alto, delgado, bigotudo, recostado de una balaustrada, un guante en su mano derecha, así como quien no quiere la cosa, y la taima manifiesta en sus ojos de musaraña. Lástima que el tío Roseliano haya sido tan descuidado, con su marco y su vidrio tendría todavía más caché. Pero no importa, a este viejo zorro le sobran atributos. Hasta llegaron a llamarlo el Fouché  venezolano del siglo diecinueve. Pensó en la zaina Cristina y una sonrisita picarona delató su buen ánimo. Tan decimonónica que eres, si supieras el linaje de quien va a rescatarme de tus garras  hasta serías capaz de condonarme la deuda. A cambio de algo, quién sabe qué, porque tú nunca das puntada sin dedal. Lo despegó, le quitó los tirros, volvió a enrollarlo y lo metió en el negro tubo donde una vez yació su amarillento e inútil título universitario.
Bueno mi viejo, se dijo, acicalémonos porque vamos a pasear.
Al apenas salir a la calle con su valiosa carga bajo el brazo, la acera señalada con menhires de mierda de perro estuvo a punto de convertirse en el reiterado símbolo de sus frustraciones. Por fortuna, Marión estaba de buen humor aquella mañana y no se dejó amilanar. Mente positiva y a cruzar los dedos, como dice la carajita de la lotería. Sacó el telegrama del bolsillo. Cita concedida, ¿què carajo me importan entonces los madrugonazos caninos de esas viejas ociosas? Adelante, por encima de la mierda, adelante.
Tan excitado estaba que ni siquiera tomó café durante su descenso hasta la estación del metro. La hora era buena para mantener el optimismo. Estaba roma, sin la marabunta oficiosa que congestionaba los andenes, sofocaba y hacía temer por una desbandada trágica si a la bien engrasada rutina se le ocurría salirse de su cauce. Hasta podía darse el lujo de echar una caminadita mientras esperaba la llegada del tren. Oyó la ominisciente voz recordarles a los pasajeros la obligación de mantenerse alejados de la raya amarilla y de inmediato vino a su memoria el improvisado verso de su amigo el poeta, al final de una noche de farra. Más allá que de acá/ descendemos por la escalera mecánica/ como buenos ciudadanos/ respetamos las indicaciones/ ¿Cuántos napoleoncitos/ me pregunto/ habrá detrás de esta raya?/ Digo que debería existir una raya  roja/ para los esquizoides/ y además una reja/ para los “muy muy nerviosos”/ Como yo.
El cimbreante gusano metálico hizo su aparición al momento. Dejar salir es entrar más rápido. No hay problema, ningún apuro. Nada de codazos ni empujones, sobre rieles marcha mi vida. Subió y tomó asiento junto a la puerta. Colocó el negro tubo entre las piernas, apuntando hacia el techo, y se extasió en la contemplación del rosado triángulo de perdición entre las piernas de la pasajera de enfrente. Siempre me pasa lo mismo. Debe haber en alguna parte algún estudio que demuestre la relación directamente proporcional entre resaca y libido a millón. Su imaginación se prodigó ante aquel bienaventurado panorama y se vio conversando con la joven, sugestionándola con sus artes de vendedor; ella estaría encantada, reiría con cada una de sus ingeniosas salidas y terminaría por acompañarlo a cumplir su delicada misión. Estación Sabana Grande.  Regresó solitario a su isla  porque la Ondina pasó indiferente a su lado, alejándose hasta más nunca.
-Caramba poeta, gusto en verlo. ¿Hacia dónde se dirige título en ristre?
Las cosas se complican. El payaso de Heriberto no puede ser sino un mal augurio. Malas vibraciones en alta mar, hay que joderse.
-Al centro.
-No me diga que se va a unir a las huestes del economista Marrero.
En virtud de tan mal chiste, Marión decidió pasarlo por bolas.
-No mi estimado, esto no es un título. Es un pergamino con el árbol genealógico más frondoso de este país, el de los Altuna.
-Muy gracioso poeta, muy gracioso. ¿Está acaso de mal humor? Me costaría creer que la crisis lo tiene contra las cuerdas.
-Supiera que no, si algo aprendí en la universidad fue a nadar contra la corriente; muy maloliente a veces, por cierto.
-Me consta poeta, fui testículo  de muchas de sus andanzas. Hasta puedo confesarle que algunas veces llegué a sentir envidia…a propósito, me contaron lo de su divorcio, ¿quién es la víctima ahora?
A punto estuvo Marión de levantarse y caerle a tubazos. Venirme con eso en esta encrucijada, con los roedores mordiéndome el seso hasta la náusea. Estación Plaza Venezuela. No podía permitir que la campana salvara al metiche.
-Hasta luego poeta. Deje las arrecheras, suben la tensión. Después de cierta edad hay que cuidar el reloj.
-Los bares no han abierto todavía, mi estimado. Aprovecha y dáte una vueltica por la Suma a ver si te ilustras, aunque sea por ósmosis,
Heriberto acusó el castigo pera ya era tarde. El tren había cerrado sus puertas y comenzaba a alejarse. La mirada furibunda desde el andén fue su única catarsis. Marión volvió a su isla, Marión se puso nervioso de repente, Marión empezó a sudar, Marión, Marión, ¿qué será de ti? Su piel, como tantas otras veces se adelantaba a los acontecimientos pues, de inmediato el tren redujo la velocidad hasta detenerse completamente en medio del túnel. Se participa a los señores pasajeros que por motivos operacionales permaneceremos en este lugar por unos momentos. Muchas gracias. Partidaaaaa. Un silencioso corri corri se desmandó en el interior de cada uno de los pasajeros, provocando  el sincronizado concierto de piernas cruzadas y descruzadas, tamborileos, secreciones glandulares fluyendo a marchas forzadas, las miradas buscándose unas a otras con una sola e inequívoca pregunta: ¿qué carajo estará pasando? El negro guachamarón del zarcillito brillante en la oreja, su compañero metronauta desde el abordaje, aventuró la respuesta.
-Otro más que puso punto final a su historia, dígalo ahí compinche.
-Es lo más probable –concedió Marión- los suicidios en el Metro se han vuelto pan de todos los días.
Miró el reloj. Cero claustrofobia Marión, lo único importante es la cita. Te ha costado mucho conseguirla para venir a perderla ahora. Lo siento, quienquiera que seas, imagino tu desesperación pero, coño, me vas a echar a perder el pasodoble en este momento y no puedo darme ese lujo. ¿Por qué tenía que ser a esta hora? ¿No podías esperar unos minutos? ¿Qué sentido puede tener entretejer tu destino con el mío? Ahora sí que es verdura el apio, los dioses poniendo piedras en mi camino, no más eso me faltaba. Silencio y frío, mucho frío en el vagón. El tren comenzó a moverse lentamente, se detuvo, volvió a arrancar hasta adquirir velocidad constante. Distensión a bordo. El negro guachamarón de zarcillito brillante en la oreja izquierda lo miró.
-Nada que ver compinche, a lo mejor fue una falla eléctrica.
-Menos mal, tengo una cita y estaba empezando a impacientarme.
La calma y el buen humor volvieron a iluminar el rostro de Marión Altuna. Tranquilo mi viejo, ya todo pasó. Te repito, no lo tomes a mal, no estoy sacrificando la historia familiar. Es un buen negocio para ambos, sólo eso. Tú brillando en el escenario que se te había negado y yo con el dinero que resolverá mis problemas por un tiempo. En otras palabras: los dos pasaremos a mejor vida. Estación Colegio de Ingenieros. Unos suben y otros bajan, todo tiene su final, se apagarían las estrellas si con la mano se pudieran alcanzar/ Mi amigo el camino también medio su consuelo y me dijo que nunca fuera a llorar tra lá lá…qué oportuno estás hoy Reinaldo Armas, a la medida de la situación, medio cursilona pero exacta para este esperanzado metronauta, porque en este momento yo es otro, ¿qué habrá querido decir mi amigo el poeta con esa vaina? Cuando lo vea le pregunto. Porque yo es otro, ¿Los esquizoides y la raya roja, por casualidad?
-Su atención por favor, les ruego me disculpen por robarles un minuto, pero en estos tiempos de crisis necesitamos más que nunca la ayuda de el Señor. El, con su infinita misericordia, lo puede todo…
Bienvenido seas entonces, Señor, porque necesito esa segunda. Y tú, pastor subterráneo, no hables de robar, porque con esa cara de malandro cualquiera puede imaginarse otra cosa distinta al Evangelio.
…su bondad no tiene límites. Búsquenlo y El llegará a ustedes, tengan fe y no se arrepentirán…
-Si veo a algún corrupto preso no digo fe sino fanatismo –gritó un jodedor con acento llanero sentado al lado de Marión.
…y cuídense del Diablo. La maldad está en todas partes. Al Diablo hay que entromparlo dondequiera que se encuentre…
Ya lo decía yo, este sujeto es un híbrido de malandro con místico.
sí señores, al Diablo hay que entromparlo fuertemente. Y ahora les pido…
-Que va chamo –dice el negro guachamarón con el zarcillito brillante en la oreja izquierda- lo que soy yo dejo la peluca en la próxima estación, no me calo ese sermón a esta hora, martillo aliñado panita, eso es lo que es.
…que nunca más, de ahora en adelante, dejen de tener fe.
Gancho al hígado “panita”, por andar de nalgas prontas.
Estación Bellas Artes. Los liceístas se bajaron muertos de risa. Ah, las bellas artes, qué lejos están de mi espíritu en estos momentos y qué cerca de mi cuerpo esta escultura viviente. Vénte conmigo catirita, soy Marión el metronauta, me dirijo a una cita importantísima que me hará subir nuevamente por las extrañas escaleras de la vida. No te arrepentirás, te lo prometo. Una vez coronado el asunto te invitaré a almorzar. Con vino y todo si así lo deseas. Pasearemos, te llevaré a conocer muchos sitios interesantes, haremos cuanto se nos antoje, sin límite de tiempo ni descalificaciones.. Vamos catirita, ahora o nunca. Nunca. Estación Parque Carabobo.  Adiós catirita, fue hermoso mientras duró. ¿Minuto o minuto y medio? No importa, estoy acostumbrado a las evanescencias de la felicidad. Adiós catirita, no sabes de lo que te perdiste. No volveré/ te lo juro por dios que me mira/ si una vez con locura te amé/ ya de mi alma estarás despedida…me estoy poniendo “lírico”, al decir de mi amigo el poeta. Estación La Hoyada. Poco a poco me voy acercando a ti, estamos en su hora romántica señores metronautas, no se aparten de nuestra sintonía…usted no ha visto nada señor legislador, usted lo que ha visto es peladura, lo envolveré con mi dircurso, ni cuenta se va a dar cuando esté metido en la olla. Don Luis Roseliano Altuna, nada más y nada menos, un auténtico prócer civil del siglo XIX, el Fouché venezolano, orgullo y prez de la región nativa, ¿cómo le quedó el ojo legislador? Doctor y General, orador insigne y un adelantado político. Sí señor, olé. Estación Capitolio.
Marión Altuna salió o, mejor, lo salieron. Esas son las cosas que me alejan de ti, fin de la hora romántica y vuelta a la coñamentazón por la vida, siempre la misma vaina, el mismo rebumbio, cuánta razón tenía el Generalísimo, quién me iba a decir que estaría tan pronto de regreso por estos lares, lo mío últimamente ha sido puro descenso, qué vergüenza, dejarme tracalear por los compradores de oro, en esas trampajaulas no tienen paz con la miseria, tan bonito mi anillo de matrimonio y venir a quemarlo por cuatro lochas, qué le vamos a hacer, la necesidad tiene cara de perro, como la de aquel realengo que está en la esquina.
A paso de vencedor enfiló hacia las oficinas administrativas del soberano Congreso de la República. En la puerta lo esperaba una figura emblemática de la administración pública: cara de perro y aire de perdonavidas.
-¿Qué se le ofrece al ciudadano?
Buenos días, tengo una cita con el Presidente. Aquí tiene el telegrama.
El cancerbero lo tomó y lo cotejó con el libro de visitantes del día.
¿Marión Rafael Altuna? Permítame su cédula.
-Tenga señor.
-¿Y ese tubo?
-Es un retrato. Vengo a enseñárselo a él.
Perdonavidas lo destapó y hurgó en su interior.
-Muy bien ciudadano, pase y siéntese.
Allá vamos viejito. Estoy en mi elemento, cautivar y convencer; persuasión pura, pues. Espero que no le causes mala impresión con tu cara de musaraña al acecho…
-¿Señor Altuna?
La voz provenía de un cuerpo muy bien delineado.
-El mismo.
-Sígame por favor.
Vamos a lo que vine. Tam Tam, no te rompas corazón pues debo utilizar la lengua.
-Adelante señor Altuna.
-Con su permiso.
-¿Qué le trae por aquí?
¿Cómo es la vaina? ¿Este carajo no sabe para qué estoy aquí? Mal negocio.
-Verá, hace algún tiempo le envié una carta en la cual le hablaba de mi retatarabuelo Don Luis Roseliano Altuna. Fue Presidente de varios estados, Ministro, Vicepresidente de…
Un suave manoteo del hombre sentado tras el escritorio cortó las palabras en el aire. Evidentemente fastidiado musitó:
-Claro, claro, ahora recuerdo, ¿y cuál es su propuesta?
Bien clara estaba expuesta en la carta, por lo visto ni siquiera la leyó.
-Aquí tengo su retrato. Como mi retatarabuelo también fue Presidente del Congreso, pensé que tal vez estaría interesado en adquirirlo para colocarlo en la galería junto a los otros presidentes.
Inspirado ante lo que creyó un lance favorable, sacó el retrato y lo desenrrolló frente a su adusto interlocutor. Este se inclinó un poco hacia delante y lo miró sin mucho detenimiento.
-Muy interesante señor Altuna, el retrato es auténtico sin la menor duda. Algo conozco porque su “retatarabuelo” y yo nacimos en el mismo terruño…pero hay un pequeño detalle.
El Presidente guardó silencio, en espera de la obligada pregunta. A Marión le pareció que aquella figura adquiría dimensiones de imponencia, mientras la suya, al mismo tiempo, se empequeñecía hasta más no poder. La zaina Cristina, los acreedores, su ex -mujer y los  carajitos danzaron ante sus ojos. Con deliberada parsimonia movió su última pieza:
-¿Cuál detalle?
-En el Congreso Nacional sólo están los retratos de los presidentes desde el cincuenta y ocho para acá.
Jaque Mate.
De nuevo en la calle, con su gallo muerto bajo el brazo, Marión Altuna sintió las punzadas bulliciosas de la multitud en el plexo solar. “Las extrañas escaleras de la vida se están volviendo mecánicas y siempre hacia abajo”, murmuró. En la esquina, el mismo perro realengo que lo había visto llegar le ofrendaba un magnífico menhir.


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