miércoles, 6 de marzo de 2019

El juicio de los días

 

Francisco Ricci, Auto de fe, 1683 


Declaración preliminar


Quería ser del azul de los cerros azules, pero me fue dado mirarlos desde la sombra de un flamboyán, huyendo de la cegadora luz vespertina de Maracay.
Encontré mi voz en algunas voces del pasado y sintiéndome un recién llegado a este mundo.
Preferí el hablar de las plazas y los mercados, la risa que no se niega y el chiste al vuelo y aunque solía sentirme recién salido de un lago oscuro de algas prensiles, me entregué a las paradojas de la calle, me dediqué a comprender los argumentos viscerales de quienes viven el día a día con un sabor alegre y constante.
Se me tiene por más vulgar que entendido, distante de ilustraciones.
Nadie me pidió verbos ásperos y directos, pero me comprometí con la honradez de mis palabras y decidí evitar constelaciones de poéticas al gusto de mi tiempo.
Si me faltó tacto, no me faltó fuerza y también estuve dispuesto a perder mi vida por delicadeza.
¿Acaso no es delicadeza privarse de los más vistosos afanes de mi época?
De un lado  a otro, errabundo, sólo he buscado respuestas en mis ojos o en los atardeceres y no me niego a lo inentendible.
¿Me pueden  incluir en un mapa y fijarme en sus patrones?
.

No me cierren las puertas, no digan que yo no estuve porque no me vieron o no quisieron verme, pretextando distracciones.
Sólo priva una descortés hipocresía de engreídos y exangües anotadores.
No me pinten el cuento del “ángulo complejo de la poesía”: la muerte, la vida, el viento que no reclama y devuelve a puertos de dudas las inconformidades que creemos generosas.
No vengan a presentarme discordancias sobrevoladas o rebeldías maceradas en disidencias verbales.
Ya pueden esclarecer sus incapacidades y sus sentimientos entibiados: la verdadera inobediencia nunca será negocio.

La inobediencia es una convicción, no es puro grito,
mata el sueño y se anuda en el pecho,
y suele preferir el silencio cauto
cuando muchos alzan la voz.
La inobediencia es una ola subiendo por la garganta
y mueve a callar cuando sólo se oyen consignas
y argumenta cuando la mayoría se muestra conforme.









En el estrado
 I
Después de todo, algún día, se aprende a cabecear las paredes y algo se prevé en los despertares repentinos: así se descubre la única causa perdida y comienza a enamorarnos el apartamiento.
Una y otra noche se siente el brotar de las respuestas fallidas, necesitadas, no urdidas para la ganancia o la conquista. Cada palabra se vuelve un nicho de desconsideradas progresiones y el mundo te reclama para las precisiones acordadas.
Sé que también quieres la resistencia de las certezas.
Así es cuando se necesitan las garantías de los cadáveres y las excusas aliviadoras.










 II
          Prefieres las atenuaciones y la vivacidad de las ferias.
Eso siempre resulta mejor, pero hay otras fiestas que ninguna fanfarria anuncia; fiestas que incitan a desconocer banderas, parcialidades convenientes y oportunidades redituables.
Al menos supón que sólo aprendiste glosas residuales, que cada lección que recibiste te conducía a una afirmación programada y cualquier contertulio sólo sería un espejo cómplice.
Aunque no lo sepas, siempre contaron con tu anuencia y no fue necesario el guardián omnipresente.
Tus palabras no te pertenecen.
Tus convicciones son un préstamo con altísimos intereses.









 III
Ya no me ajustan los cercos versados. Más vale el propósito de la palabra en decir y desdecir.
Quizás sea más hermoso resguardar ruinas, pero no a costa  de nuestra complicidad.
No es lo mismo tener presente las voces del pasado que seguir cavando las fosas de cadáveres insepultos.
Ser testigo de vista no es suficiente: toca desempeñar la palabra, no esperar nada a cambio, apostar sin ambiciones.
¿Podremos recuperar el desprendimiento?, ¿podremos librarnos de favor con favor se paga?
Ya pagamos bastante
y las ganancias nunca alcanzan:
 hemos visto uno y otro horizonte,
hemos burlado los límites,
hemos prodigado respuestas
y aún estamos aterrados.
Aún somos esclavos que maldecimos la vida.











 IV
Recibimos sin pedir, somos premiados sin transacción alguna, pero olvidamos que toda redención es invento nuestro.
Nos dedicamos a tasar.
Ahora todo pertenece a los porcentajes.
Convertimos el vivir en administrar y someter.
Somos huéspedes de ambiciones desbocadas.
¿Nos harán reventar los cálculos o explotarán en nuestras manos sus resultados?






 V
         No saber del privilegio.
No apreciar el don.
Ignorar el milagro, fascinados como estamos con nuestros prodigios.
No es carne ni espíritu la palabra: cuando mucho, argumento o escudo o instrumento de embeleso.
Ni oración ni asombro ni reencuentro, todo ello es nada ante la oferta y la demanda, ante las arengas prometedoras.
Hicimos mercado de nuestra casa, negocio de los elementos y por mantener o acrecentar montos se dejan correr advertencias y alarmas.
Como huérfanos resentidos sólo creemos en la conquista y la dominación.
         






 VI
         ¿A quién le importa el cuello de la retórica
o la mano alzada contra los cisnes?
Ni siquiera la verdad dicha oblicuamente:
eres número y perfil de cliente.
Si vales la inversión y sumas porcentaje a la estadística,
eres gente.
Pero tú apruebas sin protesto esa condición,
te pliegas a la barra festiva sin alejarte de las orillas familiares.
Te horroriza desentonar:
prefieres los sucedáneos del vértigo
y darte a la feligresía poseída y poseedora.








 VII
 ¿Quién quiere alejarse de los linderos de la indiferencia y andar por sus propios callejones del distanciamiento?
Aterra estar despierto en un mundo de sonámbulos.
Las palabras se vuelven clavos calientes en las sienes, se descubre la falsedad  de los postulados y del derecho. Se vaga por las calles y ya sólo se ven las evidencias de las derrotas colectivas, se aguza el sondar toda fraseología y toda benevolencia: la veracidad fustiga día y noche, se vuelve obsesión de hambriento y en la intimidad de las contrariedades afloran las palabras punzantes.
El desentono lacera, pero regala otros orgullos.






 VIII

         A la larga, no hay disidencia.
Desenfado pueril y redituable para unos,
y ceguedad homicida para otros:
así pagamos tributo a la historia.
Perdimos las bocas dicientes y las manos hacedoras sin el látigo de las retribuciones.
Nada es sagrado y los altares quedaron para los fanáticos o para los pecadores disculpados por la única ley inviolable: cada quien tiene su precio, en el cielo y en la tierra.





 IX
           La paz es un privilegio escaso.
¿Sabe de paz quien lucha por mantenerse o alcanzar el vértice de cualquier pirámide?
¿Sabe de paz quien fue condenado a las sobras de los inversores o de los redentores de oficio?
Tal vez en un tiempo bastaban las preocupaciones propias, pero llegó el día en que la avaricia se elevó a potencias mayores y los descalabros se hicieron rutinarios.
¿Acaso no hubo un día en que la piedad prefirió para siempre las mitras y los palacios?
¿Qué podíamos esperar después, que no fueran las remuneraciones a toda costa y en toda ocasión?








 Afuera
 X
El día comienza con la algarabía de los pericos y las guacharacas,
una garúa intermitente apenas hace temblar las hojas de las matas
y el sol se resiste a azotar la ciudad.
De alguna casa vecina llega el olor del café recién colado
y el de las arepas montadas.
De este día sólo tengo sus horas:
nada parecido a una ganancia o a una acción redituable.





 XI
El neto sobrevivir y los rebusques de la miseria son nuestras ciudades: agencias de loterías, remates de caballos, casas de empeño, buhoneros de todo, pedigüeños y ladrones de todas las edades, la picardía como arte, la trácala como oficio, militantes y crédulos exaltados, la política corroyendo los menguados espíritus, las ganas de salir de abajo como voluntad, la fe vulgarizada en baratijas y libros de tramposo sincretismo, la esperanza como única fe, el dinero como único acicate, las leyes ornamentales...
Y a pesar de todo eso, sobre nosotros se levanta el celebrado orden de las naciones prósperas.





 XII
         Ya no será suficiente con huir a una playa solitaria,
con bajar por mis íntimos precipicios,
con quedarme pasmado en el horror:
allí, en el silencio
donde no me reconocería en el eco de los otros
ni donde otros se calmarían
o se inquietarían con mis palabras.

Soy de la calle y las miserias que veo en la calle y me afligen son también las mías, también me pertenecen las modestas alegrías de quienes malviven en los arrabales de sus espíritus y aunque descreo de las iglesias, mi corazón reza con sus angustias en los templos y en los altares oscuros.





 XIII
           De los tormentos de las grandes ciudades, de los miedos de los ciudadanos, de las calles que exponen nuestras infidelidades, de los ritmos que en las noches vuelven a los cuerpos más cuerpos, de cada hora burocrática y de los sudores y de los fluidos orgiásticos dejados en las sábanas de habitaciones donde se revelaba eso innominado en cuerpos sabedores y en corazones estremecidos juntos.
De todo ello están hechos mi carne y mi espíritu, a ello pertenezco y de ello me separo y a ello vuelvo por gravitaciones incomprensibles.
Por eso puedo hablar con doctitud de traiciones y puedo dar detalles de la letra violada; puedo alzar la mano derecha y declarar con burla y amargura.





 XIV

         Olvidaron su fuente, aunque imploran y Dios es palabra común en sus labios.
Los mandamientos se derriten en sus manos codiciosas, miran para calcular los porcentajes en la burbuja de las valías y saben de sus ojos cuando les arde una duda,  pronto acallada con alguna conformidad.
¿Qué me piden entonces?,
¿cómo puedo andar por ahí con el corazón en la mano?,
¿cómo puedo llevarme bien con tanto parecer uniformado?
Ni siquiera sé si llevar la contraria es una apuesta valedera.



 XV

          Ni viga ni paja.
Darle crédito a los ojos, dejarlos fieles a su condición.
En ellos y ante ellos
el espejo que se reconoce
y no guarda argumentos.
Se elevarán alegatos,
se fijarán distancias para ceñirlos
cuando se quiera negarles su primacía,
su callada lógica,
su benevolencia sin precio,
aunque los tasadores quieran justificar
el darle cifras a su existencia.
A sus detractores el número los apremia,
si se trata de repudiar cuyos saberes no alcanzan.
Si los ojos saben,
a su modo,
las razones desfallecen.






 XVI
          Este sol alumbrando hasta las vísceras, destellando en los envoltorios de chucherías tirados en la calle, en los pedazos de vidrio de botellas rotas por pendencieros trasnochados, en las hojas secas que el viento levanta con nubes de polvo.
El viento me azota la cara, refrena mis pasos; entorno los ojos, encandilado; saludo a uno y otro como si los viera en un sueño, pero no me detengo a conversar con nadie.
Me llama el cielo,
todo azul,
deslumbrante,
sin una nube.
Quiero caminar no sé hasta dónde.
Viendo,
sin ánimo de considerar nada.
Sólo para andar sin propósito estoy vivo.







 XVII
        Un solo cuerpo de marrón negruzco corriendo entre pendientes cubiertas de monte y entre ranchos improvisados por la miseria y el desorden.
Ese cuerpo oscuro creciendo con la lluvia sobre los cerros con nombres de antiguos temores y supersticiones.
Pasa el río o es una sola agua moviéndose, ahora apresurada por la lluvia; es un estruendo que arrastra troncos secos, hojas, animales ahogados, piedras...
El río sin emociones, que la prensa juzgará furioso, recuperando su cauce, demostrando su fuerza sinuosa, pasando o siendo el mismo para los ojos que lo contemplan bajo la lluvia y para quedarse en la memoria.






 XVIII
          En la madrugada de los grillos insistentes, de gritos de borrachera y canciones a todo volumen, de carros estruendosos que le niegan tranquilidad a la noche, veo en la oscuridad las sombras que me persiguen: salen del sueño impresionante y lejano o sólo surgen del pensamiento desvelado.
Los árboles de la avenida insinúan un diálogo,
el brillo de los ojos de los gatos espanta todo razonamiento,
las hojas caen con un paso seco de sugerencias intraducibles
y por el silencio que nunca llega a ser completo
hay palabras que se vuelven navajas afiladas.







 Vivir sentenciado


 XIX
Acostumbrado a los encontronazos con las diversas seducciones del velo de este tiempo, se llega al coraje de actuar en el perenne escenario de cada día y se acreditan algunas luchas con el sabor anticipado de la derrota o, cuando mucho, del triunfo menor.
Ya no hay blasfemia, cada desencanto es un baño de agua fría soportable y en el contraste entre las necesidades y los ardides se llega a comprender la traición.
Si las lealtades tienen su precio, ¿cómo pedir querencias rebeldes a los cálculos?
Si se tiranizan los sentimientos, con mayor razón las entregas; pero el olor a mortecina perdura junto con los ideales y las buenas intenciones.




 XX
 Ni cáliz ni cruz ni sudario.
Uno es el templo, el rito y la oración.
Olvidado de los apuros diurnos, algo invade las difíciles precisiones del sueño; ya no es el sosiego forma mortal de la complacencia ni es deseable la tregua en el corazón cercado.
Darse no es acto de compromisos ni reseñas.
Salir no es perderse para una causa difundida ni prepararse para una lucha interesada.
El incesante historial de matanzas es suficiente para renunciar a cualquier credo: somos relatores de un desangramiento inmemorial, pero insistimos en ser cruzados que perdimos la fe en las palabras.







 XXI
 Buscan la eternidad con palabras estudiadas.
¿Cuál eternidad?
De eso quiero librarme;
de ese miedo de faraones a no ser nada,
a rechazar el destino de ser polvo.
Bello el embuste y el ardid piadoso.
El miedo ignora la fugacidad y la política rechaza su condición efímera; de todas maneras se cumple el fin de los fuegos artificiales.
Sabiendo de esas porfías de la desesperación,  nada cuesta rendir tributo a la justicia: aunque sus predicadores se adueñan de los titulares para, a fin de cuentas, sólo cumplir con sus predecibles antojos.




 XXII
 Salir a la calle sin juicios y sin credo,
ni de causa alguna.
Asedian los pregoneros del Juicio Final,
los dadores de redención,
los manipuladores de ritos de razas esclavizadas,
los matadores de dioses,
los beneficiarios de la desesperación ajena,
los traductores a páginas llamativas
el oscuro saber de otros tiempos,
los que fingen poseer facultades
que en antes enaltecieron
el riesgo y los dones del espíritu...
Tocan a las puertas de las casas
y conquistan la necesidad de fe,
los asediadores,
los convertidores del alma en mercancía,
ni mejores ni peores que los redentores armados,
que los saqueadores de las palabras
con sus leyes y sus programas,
que los artífices de las finanzas,
que los hacedores de baratijas
y los ricos esclavos de la vida consumida.
No eres tan grande siglo veintiuno,
aún eres capítulo de una impostura milenaria.






 XXIII
 No necesito de adivinos para ver mis próximos años, para verme en las contingencias y turbulencias del mundo, casi todas previstas por los titulares de hoy, ayer y anteayer.
Lo que sea mañana se prevé en las fraseologías enfrentadas y ninguna asoma que sean la materia y el espíritu su asunto, ni siquiera pueden calmar el hambre y los dolores de hoy, nada que supere el zumbido de las balas y las explosiones de las bombas.

Somos consecuentes con el horror.






 XXIV
 Valdrá la pena decir y hacer aunque muramos a los pies de la indiferencia.
Habrá que seguir, cada día con su noche,
en las borracheras y en los desvelos de reflexiones prolongadas,
cercado por las banalidades exaltadas,
por la estridente oscuridad,
por los incesantes rituales crematísticos,
por la extinción de la palabra desinteresada...
Sí, seguir con empeño de perfección, como si todo valiera la pena.






 XXV
         Sobrevivirán las incomprensiones, relegadas por los cálculos y las militancias.
Nadie querrá oír declaraciones de contraste.
¿También serán sedantes o placebos las diversas literaturas, las hirientes filosofías y volveremos a la clandestinidad predicha?
Habrá memoria y espíritu en poca gente; habrá guerras más devastadoras en las fronteras de la necedad y el juicio; habrá quienes vuelvan al verbo y a la fe sin imperativos.

Algunos días parecerá que la sangre abonará los campos y una madrugada con el sol castigando los cielos indefensos, será vano el arrepentimiento en la memoria de la especie.





 XXVI
 ¿Quién apuesta a las agonías disimuladas?,
¿quién expondrá sus huesos a la iconoclastia,
pese al agotamiento de las oraciones y las consignas?,
¿quién desafiará a los espejos
y renunciará a las creencias en los advenimientos venturosos?,
¿quién ventilará sus pobrezas con la franqueza de un desahuciado?,
¿quién preguntará para no conformarse con las respuestas estipuladas?,
¿quién estará dispuesto a recibir portazos en la cara a cambio de nada?






XXVII
Apenas comienzan los artificios asoladores, justo cuando se creían convenidas las reparticiones desiguales, excusadas por declaraciones y tratados.
La simplificación de los mapas parecía un triunfo de la razón, de la benevolencia de los conquistadores, pero tanto empuje y tantos triunfos celebrados no pasaron de ser argumentos de sofistas.
Estamos en un principio retocado, vociferando derechos en los arrabales de la Historia, entre columnas de humos y resplandores de explosiones, abonando con sangre las tierras minadas y agujereadas, ¿dónde caben, entonces, tantas arrogancias y a quién se consagran tantos himnos libertarios?
¿Nos confiaremos al curso de una flecha lanzada en un arrebato de fe o veremos tras los muros roídos y mohosos de las convicciones inalteradas?









Además

XXVIII
Si alguna vez éramos o parecíamos una tribu marginada o desoída, buscadores del verbo puntual, de la palabra como el hierro candente en el hielo de las convicciones, ya no es así.
Algunos, los que no se dejaron seducir por las banderas y las fanfarrias, que se negaron a entregarse para trocar por complacencias sus renuncias, son esos algunos agotándose en la locura,
o pudriéndose vivos en los bares
o sobreviviendo entre los escombros de sus historias personales
o tragando grueso por las exigencias de la recia religión del tener.

Ya parece poco o nada la literatura,
 la desdeñada de palabras tocantes,
 la de los estremecimientos reveladores,
la de la pluma que es lengua del alma.
¿Se perdió un camino?,
¿se cerró alguna puerta?
Las prostitutas coquetean en las aceras y siempre alguien pagará por sus atributos exagerados





XXIX

 Palabra angelada,
aunque te aplanen en los rituales mercantiles,
aunque se hundan tus piedras miliares,
aunque tu servidumbre se prolongue,
aunque sólo te midan para persuadir,
a ti confiaré mi testimonio,
mi declaración sentida,
y por ti y por tus esplendores solitarios
esta y otras voces coincidentes
a un lado de la común desmemoria,
cada cierto tiempo vencida.




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