Sin
dos orillas no hay río y el río puede verse desde ambas orillas.
Si el río es caudaloso y de mucho estruendo,
los de una orilla no escucharán a los de la otra: no se escucharán entre sí.
Tal vez los de una orilla crean que son los únicos hablantes y los otros, si
acaso los ven, no dicen nada.
Eso,
ni más ni menos, suele pasar en un país y en ese país acontece en el menos
amplio territorio de la literatura. Puede ser que los de una orilla están
convencidos de ser los únicos dicentes o decidores.
¿Habrá
otras voces en la otra orilla? Si las hay, ¿valdrá la pena escucharlos?, ¿dirán
más o menos en beneficio del legado de una generación, del testimonio total que
configura la memoria de un país o de la lengua en que imaginan, aseveran,
dudan, preguntan, cuestionan o sueñan esas voces?
Si
se anda en el paseo de las certezas, cómodas y enarboladas, o del jolgorio de
las vanidades consagradas, no será difícil suponer el menosprecio de todo
aquello que no lustra egos ni afianza complicidades.
El
río fluye, pasan y son y no son las aguas de Heráclito, pero ¿será lo dicho
todo cuanto se dice y no es necesario oír más nada? ¿Habrá por ahí una u otra
línea no leída cuyas resonancias serán de mayor fuerza vital y de mucho más significado,
impresión o juicio?
Eso
lo dirá el tiempo, pero en el presente pueden gestarse algunas inquietudes,
algunas curiosidades, algunos golpes de martillo y pueden promoverse otras
atenciones.
Si
pensamos en un país distinto, todo, absolutamente todo, debe aterrizar en la
democracia (no fallida ni siempre prometida), en la auténtica pluralidad.
Pasaríamos,
y con mucho tino, del vamos bien al andamos bien.
Siempre, Mario, haces travesía por esas cuestiones que pocos se preguntan. Las que van a nuestro lado, o del otro lado del río, y que no escuchamos, convencidos de que el nuestro es el único grito. Mas cuando se entiende que entre el poeta y el hombre comun hay una complicidad que ha sido rota para que no la advirtamos, entenderemos aún con mayor precisión lo que señalas. La voz silenciada y silenciosa de ese hombre vulnerado, es la que procura recoger el que escribe con algún filamento de fuego prometeico entre sus dedos. Y hay que aprender a escuchar los silencios obligados y los gritos que más allá en verdad son lamentos de hondura y persistencia. Ojalá las orillas de ese río que has colocado allí contribuya con su cauce a llevar de un lado a otro a un hombre que escuche, comparta y sepa comprender que la mano del hermano desconocido nos aguarda. Gracias, como siemre, Mario. Desde tu orilla, que no lo es, porque eres navegador por naturaleza, se te escucha siempre en voz alta y sonora.
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