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Al
poder, sea de reyes, reyezuelos o
revolucionarios no les faltan bufones o sapos. Sapos y bufones les sobran al
poder de ahora.
Una
hojilla, la tenemos; unos bobos o bobertos, los tenemos; y triste, muy triste,
jóvenes que le ponen una k a su conducta arrogante y procaz: sirven para los mismos fines o para
un solo fin.
Todo
para el mismo propósito: las nalgas al descubierto y el corazón por un precio:
minutos de televisión. Pero eso no le da nada al pueblo: el pueblo cuando es pueblo
no habla como ellos; nunca con ese lenguaje contaminado por esa minoría
dominante, fanatizada, supuestamente culta. ¿A quién se le ocurre que el pueblo
habla como ellos, inficionados y contaminados por el lenguaje de los
revolucionarios de universidades?
Eso
lo lograron, convertirlo en masa y con un discurso de masa, una pronta
respuesta, una realidad…mental. Lo enfermaron, le quitaron su espontaneidad, le
dieron un discurso, una fraseología y, así, lo mataron como pueblo: lo
convirtieron en masa, en algo que antes no era, ni quería serlo.
¿Cómo
se recupera?
Quizás
con hambre y necesidad, y, sobre todo, desilusión.
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Cuando
afloran los eufemismos, los discursos encubridores y las consignas repetidas
como mantras, no tardan en llegar el olor a pólvora, la segregación y la
censura. Son inseparables.
Y
así comienzan las argucias de los legistas, las clasificaciones que, por
ejemplo, establecen categorías del maltrato, la tortura y la represión: se
agranda la distancia entre los “buenos” y los “malos”. Y no resulta difícil
adivinar quiénes son los unos y quiénes los otros. Entonces el Estado se torna
Iglesia, con sus inquisidores, sus Savonarola leales y de buena fe: el crimen
abunda como justificación y Purgatorio.
8
El
término contradicción (y, por supuesto, su plural) se aviene muy bien con los
revolucionarios de izquierda: con la excusa de que la revolución es un proceso
o es permanente, sirve para justificar sujeciones, represiones, desfalcos,
censuras, latrocinios, asesinatos… lo que sea necesario justificar para seguir
en el poder. Lo único condenable es el pasado y el presente de los adversarios
políticos; pero el de ellos, los revolucionarios, forma parte de una secuencia
de meros altibajos que cristalizará, sin duda de manera gloriosa, en un mañana
que quién sabe cuándo se vivirá.
Un
cabal revolucionario de izquierda dice con muchísima propiedad: “las
contradicciones son inherentes al proceso revolucionario, entonces se
profundizan y se superan, y devendrán otras contradicciones y se profundizarán o
se agudizarán y se superarán”. Ahora, ¿la ineptitud en el ejercicio del
gobierno y el empeño de amoldar la realidad a un esquema o a los patrones de
una ideología serán algunas de esas contradicciones?
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