jueves, 25 de enero de 2018

Notas desde el barranco (V)

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Hace mucho tiempo, en una conversación de bar, tuve la ocurrencia de decir que el chavismo es una religión: los laicos rieron y los devotos se pusieron muy serios. No pretendo que esa afirmación sea tomada como una súbita genialidad y mucho menos como una observación original. En Venezuela, la conversión de la política en religión o de la religión en política (según como quiera llamársele) no es hecho nuevo: a vuelo de pájaro sería suficiente recordar al respecto algunas páginas de Briceño Iragorry en Mensaje sin destino; El culto a Bolívar, de Germán Carrera Damas; Pensar a Venezuela, de José Balza; insistentes declaraciones de la escritora Ana Teresa Torres; y aunque en todos esos casos se trate de Bolívar el ser providencial o el Dios Bolívar, me interesa que se tenga en cuenta esa mixtura política religiosa en el pueblo venezolano, cuya eclosión más evidente es el culto religioso del “redentor” Chávez (al principio inconsciente, espontáneo, y luego deliberado y manipulado).
Y en el principio fue el Libertador, el Padre de la Patria:
Al destruir el país que existía, la guerra se lleva también el eje más coherente de la sociedad. Dios ha sido asesinado.
Gradualmente, quien lo ha exterminado comenzará a ocupar su lugar; de forma especial, en los extremos de la nueva sociedad: los fundadores, conductores, y la eterna población ignorante.[1]
Y no por analogía sino por perfecta concordancia con el mito cristiano, Hugo Chávez, que siempre evocó y no se cansó de repetir la palabra fundadora y reveladora del Dios-Libertador (aunque fueron muchas la contradicciones del proceder de Chávez con esa palabra y muchas y convenientes las omisiones de ideas del Libertador en sus discursos), se hizo, por empeño de él mismo y porque un pueblo lo ansiaba sin saberlo, el hijo encarnado del Dios, el redentor, y de quien se ha dicho y se sigue diciendo, como alguna vez se dijo de otro Dios, Stalin: “Eres el único que te preocupas por los pobres y proteges a los oprimidos”.
Entonces, el templo en la montaña, el cadáver embalsamado, el padrenuestro a él dedicado, no son en sí un monumento y actos políticos, son un templo y actos de fe y devoción religiosa. Y recordemos a Jacques Ellul:
El culto de la personalidad conduce en realidad a la divinización del dictador. El dictador es el ser supremo, correspondiente al Dios Persona del cristianismo. Es mucho más que un jefe carismático. Por supuesto, el dictador también lo es. (…) una vez en el poder, la adoración colectiva lo deifica porque posee no sólo los dones sino la totalidad del poder.[2]



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el legado religioso del cristianismo ha sido asumido por las grandes corrientes políticas y por la Política.[3]
Nada más cierto hoy en Venezuela. En la política venezolana, desde la llegada del Mesías, no hay ciudadanos: sólo hay justos y pecadores, fieles y herejes, buenos y malos. Pero la iglesia del socialismo bolivariano del siglo XXI no nació de pronto: sólo demuestra una religiosidad adormecida o dispersa en infinidad de cultos e iglesias que no han dejado de proliferar y crecer.
El nazismo no sólo fue algo del pasado alemán. Forma parte de nosotros y de este siglo. Está ahí, aquí, en todas partes. El nazismo en tanto expresión histórica, es decir, Hitler y el movimiento nazi, fue tan sólo un primer ejercicio de dominación total. Pero no ha sido el único: fue el primero y fracasó. Mas el ser humano es tesonero y cree en el progreso. Ahí está el Gulag, del que podrán decirse muchas cosas, pero no que es un fracaso. La dominación ideológica total ha prendido en el cuerpo social. La civilización puede sentirse orgullosa. A partir de Occidente, pero ahora sin límites mundiales, esta civilización, a fuerza de abstracciones, ha creado la obra maestra: la ideología totalitaria.[4]
Y juntemos estas palabras de Nuño a esta sola frase de Jacques Ellul:
En Occidente, la fe política ha ocupado y ha asumido los rasgos de la fe cristiana.[5]
Muy bien sabía lo que hacía el presidente Chávez cuando comenzaba sus multitudinarios actos políticos, en campaña electoral o con cualquier otro motivo, entonando el Himno Nacional a manera de oración o mantra: se desplegaban las energías, las fuerzas necesarias para embelesar a la multitud, para llevarla al paroxismo de la fe política.




[1] José Balza, Pensar a Venezuela, Bid&Co Editor, Caracas, p. 25.
[2] Jacques Ellul, Los nuevos poseídos, Monte Ávila Editores, Caracas, 1978, p. 248.
[3] Jacques Ellul, Op. cit., p.241.
[4] Juan Nuño, De un nazismo a otro, en La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Monte Ávila Editores, Caracas, 1990.
[5] Op. cit.

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