martes, 30 de enero de 2018

Notas desde el barranco (VI)

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A veces, cuando se me hace indispensable el más concentrado perfume de la realidad de la calle, la misma que pateo todos los días, me voy a cierta taguara donde confluyen toda clase de amigos y conocidos (mecánicos, albañiles, rebuscadores, profesores, entrenadores de diferentes disciplinas deportivas, mesoneros, jubilados de toda calaña, incluso médicos y policías y malandros y caleteros y verduleros y carniceros y vendedores de cuanta cosa hay en este mundo y más): estar ahí me devuelve a un origen y a un sentido de lo que en este país ha robado la demagogia redentora desde hace varias décadas, pero agravada por  quienes se permiten hablar en nombre de todos y a la larga, o más bien a la corta, son aprovechadores de un capricho del destino.
Allí estuve el viernes pasado: unos tomaban ron, otros cervezas, otros güisqui, otros ginebra y entre lo que tomábamos y hablábamos se dio lo que sin mezquindad podría llamarse una asamblea popular, y allí, al comienzo de la noche y al principio de la borrachera, fluyeron en contra del gobierno las críticas razonadas, lo argumentos especificados, los ejemplos comprobables, la relación de padecimientos verificados y verificables y, sobre todo, se habló de la necesidad, urgente e inaplazable, de encontrarnos y avanzar como país, sin saber, la verdad, cómo hacerlo pero con el ansia de hacerlo.
Y creo que esa es la Venezuela que debería ser, la que nace en las verdaderas intenciones y esperanzas de la gente, y no en aquella que quiere imponerse con recetas ajenas o de aplicadores de cartillas de libros mal digeridos y de ideologías, además de prestadas, pero, sobre todo,  por el desaforado interés de delirantes sátrapas en nuestra riqueza petrolera.
Brindo ahora por eso, porque, antes y después de todo, como dijo Rimbaud: la vida está en otra parte.
Pero aquí mismo, diría yo.



14
En medio de o inmersos en este desastre de país, de esta república agonizante, hay quienes todavía sólo ven el mundo desde su ego o con su ego, presumiendo de discordantes o intelectuales. Y basta que se les haga alguna crítica o se dé una opinión que no es la suya para que se enconchen o se abriguen con otros eguísimos como ellos y, por supuesto, descalifiquen o renieguen del que no es de su combo.
 Hay demasiadas estrellas en tan poco cielo.

15
En el mundo, la confrontación izquierda-derecha es un anacronismo y una farsa. La realidad es que vivimos en un mundo de aprovechados y aprovechadores, y que sean capitalistas o socialistas da lo mismo. En el poder, socialistas y capitalistas sobreviven por lo peor de la condición humana.
El drama de nuestros días y sus complejidades ya no es político y mucho menos ideológico: simplemente es ético.

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Cada día es más difícil soportar la destrucción perversa y planificada de este país por una minoría engolosinada con el poder y con los dólares que ha acumulado con descarada inmoralidad.
Imposible no sentirse uno agobiado y como paralizado (estas palabras, por cierto, en estas circunstancias, se las he leído a la poeta Yadira Pérez y a la escritora Ana Teresa Torres).
Hoy, de regreso a mi casa, en uno de los pocos autobuses que aún cumple su ruta (cobrando más de lo establecido, a lo bravo venezolano), en una de sus tantas paradas donde la gente se empuja y casi se golpea por montarse o bajarse, resultó atropellado un escolar sordomudo por uno de los ya consagrados abusadores en la vía pública, un motorizado que buscaba pasar a toda velocidad entre el pequeño espacio que había entre el autobús y la acera. Afortunadamente, ese niño que andaba solo (le calculé unos nueve años de edad) no sufrió mayores daños, al menos en el momento y espero que sin consecuencias.

Cuando me bajé del autobús en el terminal de pasajeros, a empellones, por supuesto, lloré de tristeza y de arrechera: me dolió ese niño, como me duele este país, un país "des-gobernado" con las más nefandas intenciones para que la mayoría de su pueblo sea una masa agresiva, desalmada, pícara, rapaz e ignorante.

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