jueves, 28 de marzo de 2019

La huida ante el frenesí
(fragmento de novela)

Alberto Amengual







UNA BALLENA EN EL ESPEJO

En el medio del mar
  Pescaron una ballena
                                                   La ballena de oro
                                                   De oro estaba llena.
                                                          Chucho Sanoja

  La lectura, salvo contadas excepciones que lo marcaron, no formaba parte de las aficiones de Cipriano Mirabal. Le desesperaba que la narración de hechos y situaciones, ocurrido infinidad de veces desde que el mundo es mundo, se dilatara en un mar de palabras danzantes sobre descripciones, imágenes y sentimientos. Además, se veía obligado a consultar una y otra vez el diccionario, a la búsqueda de significaciones que ni por asomo sabía que las palabras poseían. Cada consulta aumentaba la fatiga y la distancia, tanto que cualquier motivo, por pequeño que fuese, servía para justificar el abandono de la empresa. Aquella tarde sin embargo, acodado en la barra del que una vez fuera su lugar favorito, le dio por pensar en un relato donde el protagonista, desnudo sobre la cama en un cuarto apenas iluminado “por verdes cuchillas de luz”, evocaba un momento crucial de su vida. Los recuerdos iban y venían por la habitación, multiplicándose de tal forma que, en un determinado momento, todo cobró la forma de una estructura absurda de pulpo entre espejos. Ningún trabajo le costó a Cipriano encontrar las causas de la asociación y la remembranza: en varias miradas fugaces que le había dado al espejo del fondo le pareció ver la imagen de una ballena con la bocota abierta apuntando hacia él. Intuyó, con un desgano que se le había vuelto habitual, que más temprano que tarde se vería en problemas. ¿Uno más? ¿Hasta cuándo? ¿Acaso el último? El historial de los últimos desenlaces no lo favorecía. Entonces, ¿qué opciones reales tendría? A buen seguro no muchas, y de ser así ya no le quedarían ganas de afrontar la situación con el apasionamiento de antaño. Estaba mareado y no a causa de la cerveza. Las imágenes afloraban y él, como mudo testigo, las veía pasar sin ningún interés que lo incitara a seguir otros rumbos. Sorbo a sorbo decantaba un pesimismo con sabor a vejez, detenimiento, resignación. Apuró el trago y, aunque los efectos no llegaban, la distensión del momento lo llevó a un puro contemplar los vaivenes de su vida como si fueran olas de una resaca ajena. Ya no se veía como un héroe en aquellos entramados sino como un mortal más, casi desbaratado contra los farallones del tiempo. ¿Y a qué demonios volvía a este lugar donde todos sus contertulios ya no lo eran más y la hora de los extremos había pasado? Si todo era recuerdo, ¿qué hacía allí? Un fugaz aleteo en el mar de cristal le hizo saber que el enorme animal estaba encantado de haberlo arrastrado hasta ese puerto. Fue entonces cuando la respuesta apareció con la espuma de la cerveza. Un largo sorbo y estaba de nuevo en la blanquísima habitación, sentado en una silla plástica del mismo color, contemplando al flaco parado en el umbral. Qué bien se veía con su traje gris a rayas, le daba una majestuosidad que hacía más apreciables su tristeza y bonhomía, inseparables estandartes de su personalidad. Lo invitó a pasar para darle un abrazo pero él se negó alegando que era imposible hacerlo, sólo había venido a despedirse, ya que él, Cipriano, no lo había hecho en el momento debido. “Trépak, flaco, Trépak, le había gritado, ¿qué pasó contigo? ¿Te estrujó tanto el irrevocable amor?” Juan Pedro, el flaco, su único amigo en aquel vertedero de frustraciones, lo miró unos segundos antes de esfumarse. Ahora, evocando ese reciente encuentro nocturno volvió a decirle: No era para tanto, la mujer estaba bien buena pero, por dios, un hombre como tú no podía seguir esa corriente voluptuosa como si tuvieses veinte años. ¿Fue ella la que te hizo dejar el trabajo de toda tu vida para buscar con tus hermanos un tesoro que nunca encontrarías? Creo, querido amigo, que te traicionó tu delicadeza sabiendo muy bien que hay seres con quienes no se puede actuar así. Una cosa es ser galante, sinceramente preocupado por halagar a una hembra de buen ver, y otra muy distinta dejarse llevar por senderos que sólo conducen a la permanente duda y la segura inquietud. Tu preocupación se notaba a leguas, filosofabas barato y repetitivo, quejándote de cosas que nunca te habían importado. ¿Y tu familia qué? ¿Acaso era tal la distancia impuesta por la cotidianidad que te les desfiguraste al punto de que no percibieran nada extraño? No lo creo posible pues tu pinta de Quijote se hizo más acentuada en aquella época, tanto que al verte no podía dejar de pensar en esas figuras de madera que pueblan con su triste figura muchos bares y restaurantes de la ciudad. Parecías un alambre, flaco, y creo que hasta te doblabas al caminar. Eso sí, la ternura nunca te abandonó y es por eso que te recuerdo tanto. Tú transmitías esa vaina, un no sé qué demasiado humano que así como me hacía dar gracias por tu amistad, iba a ser la causa de tu perdición. Era momento de goce, no de amor. Perdiste de vista que en la isla de los hombres solos a los más que se podía aspirar era al aquí y al ahora y tú, al igual que Alvarez, creíste que todavía quedaba oportunidad para los recomienzos. Como fantasía posible quizá valía la pena vivirla, pero como realidad no. El abismo no era de años sino de percepciones. Allí está el gato, lo veo nítidamente. Peludo, dinámica alfombrita gris a rayas negras al que admirabas por su finura al andar, su porte de cazador siempre al acecho, su mirada de superior indiferencia, en fin, todo lo que tú no eras. ¿Y qué con ella? Desprecio puro, rechazo, mala sangre y uno que otro vaso de agua sobre el animal de tus querencias cuando no la mirabas. Ese era el patrón, tú dibujando en rosado y ella pisoteando en negro. Día a día el panorama se emporquerizaba y tú, silueta trágica, te dejabas llevar por un sino que no merecías. Como todo lo tuyo, llegaste hasta el final con clase, eso te lo concedo sin reservas. Nadie aquí se daba cuenta o no querían hacerlo, tal era la distinción con que te comportabas. Además, cada quien a su tragedia, la tuya era una más, ¿por qué diablos ponerla de relieve? Ah, pero ellos no comprendían de disimilitudes y sutilezas, los pequeños detalles que establecen diferencias decisivas entre los hombres…


Nota: novela disponible en versión digital e impresa en Amazon.

                                    


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