jueves, 28 de marzo de 2019

El sexo de las cosas

Juan Nuño




El de los ángeles, tan disputado por siglos, quedó finalmente establecido por Lord
Byron cuando descubrió que todos son tories, conservadores; cosa que confirma la
gramática: son masculinos. Eso es precisamente lo que irrita a las insufribles feministas.
Qué plaga. Señor: debe ser que se acumulan en los finales de siglo. Ahora arremeten
contra el lenguaje, confundiendo, entre muchas otras cosas, género con sexo. Ocurre lo
inevitable: hacen el más grande de los ridículos. Sólo imitan a sus predecesoras
anglosajonas, a las que hace ya veinte años les dio por decir tonterías tales como hablar
de She-God y querer reformar la Biblia a fin de eliminar el sexismo que contiene. Sin
darse cuenta de que antes tendrían que acabar con la religión judía y con esa
«enfermedad del judaísmo» (Borges dixit) que es el cristianismo, auténticos bastiones
de la más acendrada ideología machista. No existen sacerdotisas en el cristianismo,
aunque hay que reconocer que hubo una Papisa, aquella Juana que parió en plena
procesión, y por su parte, lo primero que hacen en la mañana los buenos judíos es
agradecer a Jehová que no los haya hecho mujer. Pero, claro, todavía en la lengua
inglesa esos jueguitos con los pronombres personales tienen cierto sentido, pues
distinguen entre la cabra hembra y el macho (propiamente, cabrón) anteponiendo el
«she» o el «he». ¿Habrá que decir entonces «Esperando a HeGodot» o, más bien,
«Esperando a Godota»?



Las feministas en lengua española también han enloquecido. Lo primero que ignoran
es que género es una categoría gramatical que funciona como clasificador de
sustantivos, adjetivos o pronombres, pero sin poseer valor semántico alguno.
Simplemente arbitrario. Dos palabras con idéntica terminación (frente, diente) tienen
distinto género sin que haya en ello ninguna intención sexista. También ignoran que, en
vista de que el género masculino no está marcado en la oposición masculino/femenino,
es el que se elige a la hora de atribuir género porque compromete menos. Pero si se
escucha a las excitadas feministas, habrá que decir «la cantar» y «la correr» en vez de
«el cantar» y «el correr». En su suma ignorancia, también desconocen que en las
lenguas indoeuropeas el origen de la distinción genérica no es el par
masculino/femenino, sino la oposición animado/inanimado, de donde en la mayoría de
esas lenguas surgen tres géneros, agregando el neutro. Lo que explica que, de lo más
anti-freudianamente, «niño» sea neutro en alemán (Kind). Además las locuras
feministas aplicadas al lenguaje sólo tendrían un alcance limitado, desde el momento en
que hay muchas lenguas que no distinguen géneros, otro punto ignorado por las
proponentes de la reforma sexista de la lengua. Así, por ejemplo, en las lenguas
africanas bantúes (swahili y demás) no existen sino clases, y un poco más cerca, el
euskera o vascuence no admite morfemas genéricos. De modo que, en vasco, «niño» y
«niña» es lo mismo (haur) o «perro» y «perra» (zakur). Lo de menos es que las
feministas desconozcan las complejidades lingüísticas; lo grave es que no se percaten de
la insensatez de sus propuestas. ¿Quiere decir que sólo podrán expresar su rabia
feminista las que hablen lenguas que distinguen géneros? ¿Qué sucede con las mujeres
vascas? ¿No se quejan del sexismo? ¿Es que acaso eso tan vago y metafísico del
sexismo está en la gramática o en las costumbres y en las personas?

Lo divertido es que no sólo abominan del sexismo lingüístico y proponen bobadas
tales como decir «humano» en lugar de «hombre». Por cierto, ¿por qué si es masculino?
¿No sería mejor «humane» (terminado en e) como sin siquiera reír quiere y propone un
filósofo español? Así, el libro de Nietzsche se convertirla en Humane, demasiado
humane para que las feministas no chillen.

Qué manía esa tan femenina de andar mezclando el sexo con todo. El machismo será
muy poco recomendable, pero al menos tiene la ventaja de poner al sexo en su sitio, que

es donde debe estar


Nota: Este artículo fue publicado originalmente en El Nacional y después como parte del libro La escuela de la sospecha. Nuevos ensayos polémicos. Monte Ávila Editores, Caracas 1990. Y como puede leerse en este breve artículo, no son nada nuevas las impertinencias y yerros lingüísticos, y resalta la habitual agudeza irónica de Nuño.

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