Desde la otra orilla también nos habla
Alberto Hernández cuya “extensa obra poética se ha publicado al margen del
círculo establecido”, según se advierte en la presentación de su libro 70 poemas burgueses (bid&co editor,
Caracas, 2014). No sé ni quiero saber qué es el círculo establecido, pero sí sé
que Alberto Hernández es el poeta de la
ciudad, de Maracay, y es también poeta de un país lejos, lejos, muy lejos, más allá del olvido, como dice haberle
respondido a un mendigo en Ginebra, en el poema Clochard.
Salvando las diferencias, la
prolificidad de Alberto Hernández me hace recordar al olvidado y empecinado
decimonónico Luis Beltrán Guerrero: Alberto Hernández es un poeta de su tiempo
y para su tiempo, y así puede comprobarse en sus Crónicas del olvido, dedicadas
a reseñar, como nadie más lo hace ni quiere hacerlo, la literatura venezolana,
sin dejar de extender su curiosidad intelectual y su voracidad de lector a la
literatura de otros países y de otras lenguas.
Desde la otra orilla, 70 poemas burgueses es uno de los libros
de la literatura venezolana de los últimos años con la mayor ironía, el mayor
desafío e inquebrantable ética ante el poder avasallante en la Venezuela y en
la sociedad venezolana de las dos últimas décadas. Ni la mezquindad ni el olvido procurado pueden
borrar su huella en quienes no hemos corrido tras el obligado lustre del nombre
y el apurado afán de hacerse notar. Y mejor que lo diga el poeta, porque para
eso son estas líneas solitarias en un país arrasado, pero en el que unos
cuantos egos nunca ponen a un lado el demonio de la importancia personal:
Bajo
el cielo de Francia, a merced del olvido,
la
antigua guillotina asoma el filo de la buena intención:
muchos
son los cuellos cercenados,
las
cabezas en las cestas de mimbre.
La
multitud celebra al hombre nuevo
En
los ojos opacos de los ajusticiados.
Pero la ironía y la crítica deben ir a
la raíz y tratándose de poemas burgueses no hay mejor blanco para ambas que el
artífice de esa prestigiosa doctrina de salvación de la humanidad, también proveniente
del desierto monoteísta, y por eso Dios
sabe que el materialismo dialéctico/también
fue parte del Arca de Noé:
Karl
Marx, tan dado a enfundarse en Jenny Julia Eleonor,
garrapateó
sobre la sola de Das Kapital
la
ruina dispensada por los tragos
mientras
el gas dejaba de calentar sus insignes angustias.
Y al final de ese mismo poema
(Materialismo histórico), tan mordaz y también insigne:
En
viejos papeles quedaron los números
y
el suicidio de una mujer que jamás superó
el
recuerdo de aquel aliento histórico, alcohólico y dialéctico.
Desde la otra orilla, 70 poemas burgueses es de una
pertinencia, agudeza y humor vitales en estos días en que la república en que
fue escrito y lo inspiró padece esa larga noche de insomnio como la que Walcott
vio en la Historia, porque la felicidad entre
lágrimas y pañales sucios/no pierde la esperanza de regresar airosa.
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