miércoles, 10 de abril de 2019

Desde la otra orilla(III), la poesía burguesa de Alberto Hernández

Desde la otra orilla también nos habla Alberto Hernández cuya “extensa obra poética se ha publicado al margen del círculo establecido”, según se advierte en la presentación de su libro 70 poemas burgueses (bid&co editor, Caracas, 2014). No sé ni quiero saber qué es el círculo establecido, pero sí sé que Alberto Hernández  es el poeta de la ciudad, de Maracay, y es también poeta de un país lejos, lejos, muy lejos, más allá del olvido, como dice haberle respondido a un mendigo en Ginebra, en el poema Clochard.
Salvando las diferencias, la prolificidad de Alberto Hernández me hace recordar al olvidado y empecinado decimonónico Luis Beltrán Guerrero: Alberto Hernández es un poeta de su tiempo y para su tiempo, y así puede comprobarse en sus Crónicas del olvido, dedicadas a reseñar, como nadie más lo hace ni quiere hacerlo, la literatura venezolana, sin dejar de extender su curiosidad intelectual y su voracidad de lector a la literatura de otros países y de otras lenguas.
Desde la otra orilla, 70 poemas burgueses es uno de los libros de la literatura venezolana de los últimos años con la mayor ironía, el mayor desafío e inquebrantable ética ante el poder avasallante en la Venezuela y en la sociedad venezolana de las dos últimas décadas. Ni  la mezquindad ni el olvido procurado pueden borrar su huella en quienes no hemos corrido tras el obligado lustre del nombre y el apurado afán de hacerse notar. Y mejor que lo diga el poeta, porque para eso son estas líneas solitarias en un país arrasado, pero en el que unos cuantos egos nunca ponen a un lado el demonio de la importancia personal:
Bajo el cielo de Francia, a merced del olvido,
la antigua guillotina asoma el filo de la buena intención:
muchos son los cuellos cercenados,
las cabezas en las cestas de mimbre.
La multitud celebra al hombre nuevo
En los ojos opacos de los ajusticiados.


Pero la ironía y la crítica deben ir a la raíz y tratándose de poemas burgueses no hay mejor blanco para ambas que el artífice de esa prestigiosa doctrina de salvación de la humanidad, también proveniente del desierto monoteísta, y por eso Dios sabe que el materialismo dialéctico/también fue parte del Arca de Noé:
Karl Marx, tan dado a enfundarse en Jenny Julia Eleonor,
garrapateó sobre la sola de Das Kapital
la ruina dispensada por los tragos
mientras el gas dejaba de calentar sus insignes angustias.
Y al final de ese mismo poema (Materialismo histórico), tan mordaz y también insigne:
En viejos papeles quedaron los números
y el suicidio de una mujer que jamás superó
el recuerdo de aquel aliento histórico, alcohólico y dialéctico.

Desde la otra orilla, 70 poemas burgueses es de una pertinencia, agudeza y humor vitales en estos días en que la república en que fue escrito y lo inspiró padece esa larga noche de insomnio como la que Walcott vio en la Historia, porque la felicidad entre lágrimas y pañales sucios/no pierde la esperanza de regresar airosa.


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