sábado, 13 de abril de 2019

La esperanza es un cauce sin río

George Frederic Watts, La esperanza


Esperanza viene de esperar, de un esperar con anhelo, de esperar algo que se quiere. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos, así reza la primera acepción de esperanza en la Enciclopedia del idioma de Martín Alonso.
Aquí y ahora la esperanza es un cauce seco, de peñascos ardientes y tierra agrietada. Alguna garúa ha caído, algunas gotas han alebrestado los ánimos y se han llenado las calles y han ondeado las banderas y el himno nacional se canta con sorprendente corrección y tono en coros multitudinarios. Pero de tanto esperar viene la desesperanza; de tanto esperar se desespera y acaece la desesperanza, y no hay que dejarla crecer. Eso quieren, la desesperanza, quienes la propician, quienes pretenden encubrirla con la fraseología prometedora y engañosa de toda revolución, alentados, con toda su vileza planificada, por el culto irreflexivo hacia la idea de la revolución, según el atinado decir de Ortega y Gasset hace casi un siglo.
Esperar con hambre es desesperar, desesperarse. El hambre detesta el tiempo: su despiadado segundero es el alimento que no llega, que falta para aplacarla, para matarla. El hambre es pura vida contra la razón pura, razón o sinrazón política; es pura vida contra los espejismos de la razón. El hambre descree de ideologías, de redenciones y no pocas veces prefiere el plomo resuelto al discurso alentador.
El tiempo es un capricho, un antojo, un dejarlo pasar cuando no hay hambre, cuando no se tiene hambre, porque el hambre se siente, se vive, se padece y es ciega y sorda como un vicio. El hambre saca al lobo del bosque, dijo Villon: todo pastor pagará descuido y por hambre la moral se distiende hasta perderse y todo vale, aunque la sangre corra y la inocencia suplique.
¿Hasta cuándo espera el cauce sin río? El río no crece con los amagos de lluvia: el río crecerá, y mucho, si llueve en su cabecera, y reverdecerán y florearán matas en sus riberas.
Refiere Frazer en La rama dorada que en Java, cuando se desea que llueva, dos hombres se golpean mutuamente las espaldas hasta que fluye la sangre; la sangre corriendo representa la lluvia y sin duda creen que así la harán caer.
El cauce seco no se llena con la esperanza, aunque según el decir popular, es lo último que se pierde. Y conviene no olvidar lo dicho al principio: esperanza viene de esperar.
Y no estará de más otra referencia de La rama dorada:
En el verano siguiente a la batalla de Landen (Guerra de los Treinta Años), que fue la más sangrienta del siglo XVII en Europa, la tierra, empapada con la sangre de 20.000 muertos, se cubrió de millones de amapolas y el viajero que pasaba sobre aquel inmenso sudario escarlata podría imaginar que en verdad la tierra devolvía la vida de sus muertos.
Ojalá llueva, y bastante en la cabecera del río, para que se llene el cauce y no corra, ahora y después, mucha sangre inocente y esperanzada.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Horror por el tiempo: Juan Gabriel y María Zambrano

  Mario Amengual De inmediato, lo sé, el título que encabeza esta página apresurará juicios negativos o un rápido e indiscutible rechazo: ...