George Frederic Watts, La esperanza
Esperanza
viene de esperar, de un esperar con anhelo, de esperar algo que se quiere. Estado del ánimo en el cual se nos presenta
como posible lo que deseamos, así reza la primera acepción de esperanza en
la Enciclopedia del idioma de Martín
Alonso.
Aquí
y ahora la esperanza es un cauce seco, de peñascos ardientes y tierra
agrietada. Alguna garúa ha caído, algunas gotas han alebrestado los ánimos y se
han llenado las calles y han ondeado las banderas y el himno nacional se canta
con sorprendente corrección y tono en coros multitudinarios. Pero de tanto
esperar viene la desesperanza; de tanto esperar se desespera y acaece la
desesperanza, y no hay que dejarla crecer. Eso quieren, la desesperanza,
quienes la propician, quienes pretenden encubrirla con la fraseología
prometedora y engañosa de toda revolución, alentados, con toda su vileza
planificada, por el culto irreflexivo
hacia la idea de la revolución, según el atinado decir de Ortega y Gasset
hace casi un siglo.
Esperar
con hambre es desesperar, desesperarse. El hambre detesta el tiempo: su
despiadado segundero es el alimento que no llega, que falta para aplacarla,
para matarla. El hambre es pura vida contra la razón pura, razón o sinrazón política;
es pura vida contra los espejismos de la razón. El hambre descree de
ideologías, de redenciones y no pocas veces prefiere el plomo resuelto al
discurso alentador.
El
tiempo es un capricho, un antojo, un dejarlo pasar cuando no hay hambre, cuando
no se tiene hambre, porque el hambre se siente, se vive, se padece y es ciega y
sorda como un vicio. El hambre saca al lobo del bosque, dijo Villon: todo
pastor pagará descuido y por hambre la moral se distiende hasta perderse y todo
vale, aunque la sangre corra y la inocencia suplique.
¿Hasta
cuándo espera el cauce sin río? El río no crece con los amagos de lluvia: el
río crecerá, y mucho, si llueve en su cabecera, y reverdecerán y florearán matas
en sus riberas.
Refiere
Frazer en La rama dorada que en Java,
cuando se desea que llueva, dos hombres se golpean mutuamente las espaldas
hasta que fluye la sangre; la sangre corriendo representa la lluvia y sin duda
creen que así la harán caer.
El
cauce seco no se llena con la esperanza, aunque según el decir popular, es lo
último que se pierde. Y conviene no olvidar lo dicho al principio: esperanza
viene de esperar.
Y
no estará de más otra referencia de La
rama dorada:
En el verano siguiente a la
batalla de Landen (Guerra de los Treinta Años), que fue la más sangrienta del
siglo XVII en Europa, la tierra, empapada con la sangre de 20.000 muertos, se
cubrió de millones de amapolas y el viajero que pasaba sobre aquel inmenso
sudario escarlata podría imaginar que en verdad la tierra devolvía la vida de
sus muertos.
Ojalá
llueva, y bastante en la cabecera del río, para que se llene el cauce y no corra,
ahora y después, mucha sangre inocente y esperanzada.
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